Françoise Sagan, la escritora hedonista que inventó la juventud y cautivó a Ava Gardner

Marie-Dominique Lelièvre es periodista pero prefiere definirse a sí misma como detective del star-system francés de los 60. “Indago en la vida de figuras que gozaron de enorme fama en una época en la que las estrellas eran escasas y se idolatraban”. Bardot, Yves Saint Laurent, Françoise Hardy... de todos ellos ha terminado escribiendo su biografía. La última en unirse a tan estelar lista es la novelista Françoise Sagan, que con tan solo dieciocho años, tras su debut literario con Buenos Días, tristeza –reeditada ahora por Tusquets–, supo lo molesto que resultaba que la pararan por la calle de forma constante. El resultado de dicha investigación es Françoise Sagan a toda velocidad, que acaba de llegar a las librerías en español de la mano de la editorial Superflua.
El título no es casualidad. “La emoción de la velocidad es emocionante”, asegura Lelièvre respecto a una mujer que “era toda adrenalina” y que parecía esmerarse por vivir deprisa. La rapidez con la que exprimía sus días y la que alcanzaba con sus coches tenían más que ver con la libertad que con la deportividad, “pero eso no quita que fuera peligrosa”. Fue protagonista de varios accidentes automovilísticos. Uno de ellos la ataría a una adicción a las drogas para siempre. “Le suministraron mucha morfina tras su accidente con el Aston Martin, el 13 de abril de 1957. Logró desengancharse gracias al alcohol y, cuando este se le prohibió, descubrió la cocaína”, apunta la biógrafa.
Sagan logró desengancharse de la morfina gracias al alcohol y, cuando este se le prohibió, descubrió la cocaína” Marie-Dominique LelièvreBiógrafa
El suceso bien merecía su dosis de calmantes, aunque no las posteriores consecuencias. Lelièvre explica en sus páginas que “la joven conductora pisó el acelerador hasta los 175 km/h, lo que es mucho para la época y muy peligroso en las carreteras plagadas de baches de entonces”. Al frenar, se produjo la catástrofe, pues el coche no tenía dirección asistida y las ruedas se bloquearon, lo que acabó volcando el vehículo. “Todos los pasajeros salen proyectados, excepto Françoise. Una tonelada y media de acero le cae encima. El equipo de rescate se esfuerza en extraer el cuerpo del armazón metálico. Desde ese momento, el coche será inseparable de su leyenda”.
No era la primera vez que Sagan estampaba un coche. Su primer vehículo, un Jaguar, no terminó mejor. Se lo compró con los derechos de autor de Buenos Días, tristeza, que se convirtió en todo un escándalo en la sociedad francesa de mediados de los 50. La obra, tierna y amarga a partes iguales, sigue a Cécile, una joven que causa, aparentemente de forma involuntaria, la muerte de la amante de su padre, de quien siente celos.

La escritora francesa Françoise Sagan, en Barcelona, en 1995
EFE“¿Cómo pudo una chica de dieciocho años escribir un texto tan logrado, con tanta elegancia? El milagro está en el ritmo; la narración es de una fluidez insuperable, su extensión encaja a la perfección con su contenido. No veo equivalente en la literatura francesa”, admite Lelièvre, que insiste en la idea de que Sagan fue “la inventora de la juventud”, pues, con sus libros y su forma de hacer, “inaugura una nueva era decidida a dar la espalda a la derrota y entregarse al entretenimiento, al derroche. A finales de los años cincuenta, Francia quiere pasar página, olvidar, divertirse. Al igual que en los años veinte, un período de descompresión sigue al esfuerzo de la inmediata posguerra. Sagan encaja a la perfección con el espíritu de los tiempos y se convierte en el prototipo de un modelo de masas, el de la adolescente hedonista”.
Son muchos los lectores que desconocen que el apellido de la escritora de culto no es Sagan, como llevan creyendo todo este tiempo, sino Quoirez. Lo cambió después de que su padre le prohibiera usar el suyo propio, pues intuía el revuelo que la novela causaría. Primero, por los temas que trataba, como la liberación sexual de la mujer o el cuestionamiento del modelo familiar establecido; y, luego, por haberlo escrito cuando tan solo era una adolescente.
Lejos de amedrentarla, el seudónimo, que tomó prestado de un personaje de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust – la Princesse de Sagan –, “actuaría como una pantalla, un señuelo que permitiría esconderse de la vista persecutoria del superyó. Detrás de ese antifaz desde el que puede observar sin ser vista, Françoise Quoirez no tiene ninguna intención de pasar desapercibida. Quiere que la miren, que la perciban, convertirse en el punto de mira”. Y, tal vez por eso, no le molestó que en la faja de su debut literario hubiera un eslogan tan excitante como provocador que no tardó en demostrar su eficacia publicitaria: Le Diable au coeur, el diablo en el corazón.
Precisamente del corazón algo sabía Sagan. “Su vida amorosa se ajusta al pliego de condiciones de su leyenda y desemboca en las formas que le impone el mito”, apunta su biógrafa. Se casó en dos ocasiones: primero con Guy Schoeller, editor de Hachette, 20 años mayor que Sagan y del que se divorció dos años más tarde. En 1962 volvió a pasar por el altar acompañada de Bob Westhoff, un joven playboy y aspirante a ceramista estadounidense. Pero por su corazón pasaron tanto hombres como mujeres, como Ava Gardner o Peggy Roche, quien se la considera “el amor de su vida”. Tanto es así que están enterradas en la misma tumba, en el cementerio de Cajarc, en el sur de Francia.
“Peggy supervisa la salud de Françoise, en la medida de lo posible, y vacía en el inodoro los tubos de medicamentos llenos de coca”, explica Lelièvre. Mientras, “Françoise se divierte dándole celos; viaja a Nueva York en compañía de un tipo y se encarga de que Peggy se entere por casualidad, así como la mujer del tipo”. Eso sí, en cuanto recibe, por casualidad, el informe de una radiografía que dice que su compañera tiene cáncer de hígado, hace todo lo que está en su mano para hacerle soportable los últimos meses. “Françoise decide que Peggy no sabrá nada al respecto y le hace creer que tiene una simple pancreatitis”.
Y en cuanto a la propia Sagan, murió de una embolia con 69 años, arruinada a causa de sus deudas con Hacienda en 2004. “Su deuda con el fisco sigue vigente”, cuenta la biógrafa. “A su hijo Denis no le dejó nada, ni siquiera un recuerdo personal, un cuadro, un manuscrito: todo había sido incautado. Y lo que no, es porque lo ocultó en las casas de sus amistades durante las persecuciones fiscales y no se lo devolvieron. Su temprano éxito lo pagó caro”. Eso sí, pese a su vida algo descontrolada, no estuvo sola, pues algunos de sus amigos recordaron que, “cuando tenía dinero, lo repartía generosamente”.
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