Jephtha, de Händel, en el Teatro Real: lecciones de humanidad

El tal Jephtha es el Jefté que se estudiaba aquí en Historia Sagrada. El caudillo hebreo que para asegurarse el triunfo militar prometió a Jahvé que sacrificaría a la primera persona que se encontrara. Una barbaridad que contra el militar se vuelve pues es su propia hija quien se presenta, lo que deplora, como si no fuera igual de injusto que le tocara la china a cualquier otra persona. Felizmente, el Supremo Hacedor es quien remeda el entuerto de su excesivo feligrés, enviando un oportuno ángel, diciendo que se dejen de tonterías. La anécdota, tomada del bíblico Libro de los Reyes, le sirve a Händel para componer un oratorio.
Esta vez el aspecto dramático está casi soslayado; se quejan y se preocupan los afectados por la demencial promesa, pero comparten un general estoicismo, que en la afectada adquiere el rango de heroica conformidad. La música, liberada de la tarea de escudriñar el dolor humano, puede ocuparse de servir a la voz humana, convertida en la protagonista de la velada, gracias a la excelentísima versión en concierto a cargo del conjunto, orquestal y coral, dirigido por Francesco Corti y Giuseppe Maletto con un reparto sobresaliente que cuenta con la gran mezzo norteamericana Joyce DiDonato.
En el Teatro Real se vivió algo infrecuente. Una obra que no se cuenta entre las más destacadas del compositor, a cargo de un conjunto de artistas que saben extraer de ella una belleza recóndita, sirvió para que la voz humana catapultada en la potencia de su fragilidad, expresara sus ansias de bondad y alegría, en el ámbito de una ceremonia común. ¿Qué celebrábamos el día primero de mayo? Una lección de humanidad, entendida como el esfuerzo, el anhelo, la esperanza de convivir en paz y alegría con nuestros semejantes. Cómo tocaba la orquesta, con qué sabia serenidad insistía el coro en manifestarse, qué exquisito pudor y soberbia pericia en los solistas que se alternaban sobre el proscenio. Una lección de sereno y gozoso recogimiento tan implacablemente humano que podía confundirse, hermanarse con un acto religioso.
El Teatro Real alcanza aquí una cumbre en la programación de las óperas y oratorios en versión concierto, o en concierto. Un público agradecido premió el regalo de humanidad ofrecido, quizá un poco triste por no poder recomendarlo, pues solo se ofrece una única actuación (lo que sin duda obedece a muy prudentes razones de programación, pensando que no hay público para más, lo que sí ocurrirá en funciones próximas).
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