Julio Chávez y Ricky Pashkus: el peso de una amistad

Julio Chávez y Ricky Pashkus esperan su turno para el casting de la película No toquen a la nena, de Juan José Jusid. No se conocen, apenas se hablan, pero saben que lo que está en juego es el papel protagónico del último film de uno de los directores más conocidos del momento. Tienen 17 años. Llaman a Julio primero y cierran la puerta. Ricky, en silencio, escucha.
–No sé qué hizo Julio en el casting, sólo escuchaba a la gente matarse de risa, aplaudir. Mi miedo era absoluto, dice Ricky.
Termina la prueba de Julio y antes de que pase su competidor, le pregunta:
–¿No trajiste nada? ¿Algún elemento?
Enseguida Julio le presta sus anteojos y le avisa: “Yo los usé en el casting y creo que sirvió”. En ese momento, comienza una distinción que los marcará el resto de sus vidas: uno se prepara y el otro improvisa.
Cuando es el turno de Ricky, el silencio es total. No hay risas, ni siquiera muecas. Ya imagina su destino y tenía razón: Julio Chávez fue elegido para ser el protagonista de la película y a Ricky le dieron un papel de extra. Pero el encuentro entre ellos no terminó ahí. A la salida del casting, se fueron juntos a caminar.
–Fuimos a caminar por La Rural. Estábamos con Cecilia Roth. ¿Te acordás?, dice Ricky.
–Para nada, responde Julio.
–No sé qué hicimos. Miramos vacas. Pero después te dije si querías venir a mi casa a tomar un café y vos viniste.
Chávez y Paskus: se cuestionan, se hacen bromas, se hablan varias veces por día para ver si el otro está bien. Foto: Ariel Grinberg
Acto dos: la salvación de Ricky
De ese primer café, lo que siguió después, en palabras de Julio Chávez, fue un rescate. Estamos entre las décadas del 70 y el 80 y la familia de Ricky Pashkus, de alguna forma, adopta a este chico solitario y perdido, que ya iba por el segundo año en el Conservatorio de Arte Dramático.
“La historia es como la del príncipe y el mendigo. Ricky viene de cuna de oro, Ricky tuvo una familia muy presente, una madre ucraniana y polaca y él mismo es un príncipe polaco, rubio, de ojos claros y de una aristocracia. Ha ido a colegios privados muy importantes. Mientras que yo, era un gatito, que él metió en la casa. Creo que tenía dos camisas, Ricky un ropero entero y me prestaba camisas de bambula. Yo no sabía lo que era la bambula. Ricky me dio comida, me permitió dormir en la casa de él, me prestó sus perfumes, me dio muchas cosas que para mí eran imposibles de acceder. Fue la primera persona que me ayudó a tener una tarjeta de crédito. Me habilitó a considerar una vida que no podía ni imaginar. Yo estaba solo y sus padres, su hermano y él me dieron un hogar”, dice Julio Chávez, uno de los actores con más capital simbólico y prestigio del país, y lo cuenta desde su estudio, donde se dedica a pintar, hacer esculturas y estudiar filosofía, entre algunos de los diversos campos del pensamiento y el arte al que le dedica gran parte de su tiempo. Un abismo entre este presente y el adolescente estudiante de actuación y sin lugar donde vivir.
Vivía con sus padres pero, piensa, ya no era un lugar para vivir. Se fue justo cuando conoce a Ricky, entre los 17 y los 18 años y toda la familia se dispersó. “Se dinamitó el lugar”, cuenta y hace silencio. Ricky fue su llave para una vida mejor: alquilaron un departamento juntos y vivieron 17 años. “Siempre como amigos, como grandes compañeros”, aclara. Julio era ordenado, sabía cocinar, le dejaba a Ricky la ropa preparada para que sepa qué ponerse al día siguiente. Ricky, estaba, siempre, para cualquier cosa que necesitara. “Además me tenía que bancar porque yo no era un perrito dócil. Tenía pretensiones. Una persona que cualquiera diría: “No tiene dónde caerse muerto pero qué pretencioso que es”. Ricky tenía una aristócrata legitimada y yo una pretensión aristocrática. Mi sensación era yo quiero pertenecer a ese club pero no voy a doblegarme a ser un ciervo para eso”, cuenta el actor de algunas de las miniseries más importantes del país, como Tratame bien, El Puntero y Farsantes.
Julio Chávez. Foto: Ariel Grinberg
Acto tres: la salvación de Julio
Ricky Pashkus observa cómo la carrera de actor de su amigo crece y se expande después de su primer protagónico en cine. A él le pasará algo parecido, pero ya no como actor, sino como coreógrafo y director. Si decir Julio Chávez es sinónimo de actuación, el nombre de Ricky Pashkus se asocia directamente con la comedia musical argentina. Dirigió títulos emblemáticos como Aquí no podemos hacerlo, Vivitos y coleando, La calle 42, Pinti canta las 40, Los productores, Hairspray, La jaula de las locas, Kinky Boots y la lista sigue. Pero el éxito no siempre implica estabilidad: Ricky se define como un gastador de plata, un irrestricto, un compulsivo que quebró económicamente en varias oportunidades y Julio siempre estuvo al rescate. Piensa que algo de esa preocupación por el dinero la heredó de su madre.
“Quiero contar algo muy personal”, avisa y arranca: “Cuando murió mi papá, mi mamá comenzó a tener una preocupación muy grande por el dinero. Teníamos una casa divina, mi papá nos había dejado algo de plata, yo estaba trabajando muy bien, mi hermano también. No había nada para suponer que nos iba a faltar el dinero, pero mi mamá estaba muy preocupada. Ella quería generar dinero, su preocupación fue en aumento y empezó a desesperarse. Cada cosa que pasaba, siempre le comentaba a Julio. Un día me llama mi madre feliz y me dice: 'No sabés lo que pasó, me llamó Julio y me dijo que el maestro Augusto Fernandes necesitaba que le traduzcan unos libros en alemán sobre actuación y que él me había recomendado para el trabajo. Tengo 30 libros para traducir y me van a pagar por libro'. Hablo con Julio y le digo que gracias por la recomendación, pero mi mamá no era una traductora profesional. Pero ahí me dice que fue todo idea de él: se mandó a traer unos libros de actuación que le interesaban, le compró una máquina de escribir Olivetti a mi madre y le empezó a dar trabajo. Le ponía fechas de entrega, hacía llamados para chequear cómo venía el proceso. Mi madre estaba tomada por la actividad, me decía que le dolían los dedos de tanto tipear. Se pasaba todo el día y toda la noche, y estaba encantada. Ya no sufría más. Tenía una ocupación y un trabajo. Le salvó la vida, no tanto por el dinero, sino sobre todo porque le devolvió un valor vital y emocional”.
"La ballena", con Julio Chávez.
Acto cuatro: 50 años de amistad
Hace 50 años que son amigos. Escucharlos hablar responde a la mejor versión de la amistad: se cuestionan, se hacen bromas, se hablan entre tres y cuatro veces por día, aunque en la mayoría de los casos solamente es para chequear si el otro está bien. Se consideran incondicionales y, además, son escandalosamente sinceros. “La mayoría de la gente hace un esfuerzo por relacionarse con el otro, Ricky no. Muchas veces nos reunimos para comer, por ejemplo, y la verdad no es muy agradable estar con él. No habla, de golpe se pone muy serio. Él no hace ningún esfuerzo por estar con los demás, pero cuando se relaciona es absolutamente genuino. Tenemos formas de vida muy diferentes y gustos muy diferentes. Aguantamos cosas muy diferentes. Él aguanta cosas que yo no aguantaría jamás, y yo aguanto cosas que para él serían absolutamente imposibles de aguantar. Pero son aspectos que no criticamos para nada”, define Julio. Ricky lo escucha y dice que esa dinámica se repite ahora en los ensayos: “Soy el director, pero en los ensayos muchas veces me quedo callado escuchándolo, tengo una relación con su maestría que me deja pasmado, él tiene una mirada universal, que yo respecto y necesito. Es la persona que más admiro, la que más estudia, la que más se prepara, la que va a la profundidad de las cosas. Yo improviso y nosotros nos encontramos a mitad de camino”.
El quinto acto de esta amistad los encuentra con ensayos, todos los días, más de cinco horas por día, en plena preparación de su próximo estreno teatral: la obra La ballena, una historia cuya versión en cine fue muy popular (se puede ver en Netflix) y llevó al actor Brendan Fraser a ganar un Oscar por su interpretación. El dato imposible de obviar: el protagonista pesa más de 250 kilos, como consecuencia de una profunda depresión, que lo llevó a comer de manera descontrolada. Apenas se puede despegar de su sofá, necesita un andador o silla de ruedas para moverse y su vida está en grave peligro.
“Quiero aclarar que no vi ni voy a ver la película”, dice Julio Chávez y está claro que no lo necesita. El texto original es una obra de teatro escrita por Samuel Hunter y para el actor es fundamental trascender la idea del cuerpo y la obesidad mórbida, aunque el vestuario incluye la elaboración de un traje, con prótesis incluidas.
Elenco de "La ballena".
“El conflicto debería trascender a ese cuerpo. Siempre hay algo anterior que genera ese estado en el cual se encuentra el personaje. El ser humano es un bicho muy complejo de comprender. ¿Qué le pasa al otro? ¿Por qué está así? ¿Qué le sucedió? Cada uno quiere gobernar sobre la verdad humana con sus herramientas, pero ninguna herramienta es lo suficientemente hábil para responder a una pregunta de cómo somos los seres humanos”, piensa.
Ricky lo escucha y algunas de las observaciones de Julio, dice, las usarán ese mismo día en el ensayo. “El arte no va a los porqués, vamos a presentar un fenómeno, sobre la condición humana y en el mejor de los casos se tiene que mantener vivo y abierto, para que cada espectador busque su propia respuesta”, agrega Julio.
Estrenan en mayo, en el Paseo La Plaza y forman parte del elenco Laura Oliva, Carolina Kopelioff, Máximo Meyer y Emilia Mazer. Y ellos, los amigos, como aquel casting inaugural, ese azar misterioso que los reunió en la adolescencia, se vuelven a elegir y, como la obra, disfrutan del fenómeno de la amistad, sin hacer tantas preguntas.
*La ballena se presenta en el Paseo La Plaza, Corrientes 1660, desde el 1° de Mayo: jueves y viernes, a las 20; sábados, a las 19.30 y domingos, a las 19.
Clarin