'El dolor es un recordatorio de que el cuerpo es valioso': David Fajardo, filósofo colombiano

De pie. Así tuvo que escribir la primera versión de este libro. David Fajardo no podía sentarse: el dolor del nervio ciático no se lo permitía. La crisis le duró dos años. Era un dolor agudo, penetrante, opresivo, eléctrico, que lo inmovilizaba, según narra en las primeras páginas. “Tuve la fortuna de que esto sucediera cuando investigaba la naturaleza del dolor, mientras estudiaba mi doctorado”. Fajardo es colombiano, con título de filósofo de la Universidad del Valle. Es maestro y doctor en Filosofía de la UNAM. Hoy vive en México. Ha sido académico visitante en la Universidad de Arizona y de Cincinnati, en Estados Unidos. En 2017, estando allí, el dolor comenzó. Primero sintió una punzada violenta. No podía agacharse ni sentarse. El dolor estaba un día en un lugar, el siguiente día en otro.
Fajardo no entendía. Se hizo preguntas. “Mi propia investigación se transformó en un reclamo existencial: le exigí al mundo de las ideas la explicación de con qué propósito experimentaba este dolor”. El resultado de esta indagación es Carne doliente, un libro en el que reflexiona sobre la naturaleza del dolor físico de la mano de la ciencia, la filosofía, la historia, la psicología, la antropología y, por supuesto, de su propia experiencia.
En su libro queda claro que es muy difícil dar una sola respuesta a qué es el dolor...Algo que me ha parecido fascinante, además de muy productivo en términos de investigación, es esa inagotabilidad del dolor respecto a las diferentes perspectivas desde las que puede ser estudiado. A veces pareciera que es un asunto que solo les compete a las ciencias de la salud o a la medicina. Pero desborda esa dimensión. El dolor es una realidad psicológica, es un tema para los sociólogos, para los historiadores. Por tener ese lugar tan dominante en la vida humana aparece como un objeto de estudio de un sinfín de disciplinas.
Han llegado a una definición, que es clave porque destaca componentes subjetivos y psicológicos...Esa definición la hizo la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor en los años 60 —hace poco se le realizó una pequeñísima revisión, un cambio de un par de palabras— y marcó un punto de inflexión. Fue muy importante que se llegara a ella porque antes todas las personas que se encargaban del dolor lo tomaban por algo distinto. Por un lado fue un avance epistémico —de nuestra manera de entender el sufrimiento, porque permitió que se diera un diálogo entre disciplinas—, pero también fue un avance moral, en el sentido de que esta definición pone el énfasis en entender el dolor como una experiencia psicológica, subjetiva. Se habla, por ejemplo, de considerar como dolor cualquier expresión del paciente que sea manifestado como tal. Eso es importante porque, durante mucho tiempo —incluso todavía ahora—, algunos dolores que la persona expresaba eran tomados con distancia por el personal de salud. Decían, bueno, vamos a ver si es cierto o no.

David Fajardo comenzó a investigar sobre el dolor a partir de una experiencia personal. Foto:Amapola Rose
Exacto. Y además eso supone una comparación. ¿Será que este dolor estuvo un poquito más alto que el de ayer? Ese tipo de preguntas me cuestionaron mucho cuando las empecé a escuchar. Por lo que he ido observando, y en diálogo con los profesionales de la salud, para ellos es importante suscitar ese conflicto interno en el paciente. Esa inquietud es valiosa para ver qué cambios hay en la experiencia de la persona. Son escalas que no se toman al pie de la letra. Pero sí son una herramienta para hacer una lectura de lo que está pasando con ese paciente en particular a partir de esos cuestionamientos.
¿La carga subjetiva es muy importante en este tema?Así es. La misma producción del dolor, las interacciones internas en el cuerpo, en el cerebro, que dan lugar al dolor, están atravesadas por un montón de cuestiones psicológicas. Desde la neurociencia sabemos, hace ya un buen tiempo, que no hay una parte específica que se active en el cerebro para producir dolor. No hay el puntito, el área del dolor. Al contrario, lo que ocurre es un diálogo entre diferentes áreas cerebrales encargadas de temas muy distintos. Está el área que tiene que ver con la representación del cuerpo, que es la corteza somatosensorial. Está el área que tiene que ver con la memoria: la manera en que el organismo —el animal, la persona— ha experimentado el dolor antes afecta la forma en que lo siente en el presente. Están las áreas relacionadas con el movimiento, que influyen en la manera como respondemos y reaccionamos al dolor. Las áreas vinculadas con la evaluación de la amenaza, también las que conocemos como el sistema de recompensas del cerebro, que premian el que hagamos cuestiones que ayudan a nuestra supervivencia —el hecho de no apoyar el pie que nos duele, por ejemplo—. El dolor es una suma de factores, muchos vinculados con el contexto psicológico de quien lo experimenta.
¿Es decir que ese contexto modificaría la forma en que se siente el dolor?Sobre eso hay investigaciones en todas las direcciones. Sabemos cómo el miedo puede afectar la experiencia del dolor, por ejemplo. Si lo que uno siente es un miedo a la lesión o respecto al dolor que se tiene en ese momento, probablemente el dolor se magnifique. Pero si nuestro miedo no es al dolor o a la lesión, sino a otra cosa externa, cambia la experiencia. Piensa en un animal que está corriendo despavorido porque un depredador lo va a alcanzar. Ese miedo por la supervivencia hace que el dolor que está sintiendo —porque, por ejemplo, se ha partido una pata— desaparezca y siga corriendo. Lo interesante del dolor es esa forma de adaptarse al contexto. Es lo que hace que sea muy conveniente para la supervivencia. Porque si el dolor solo restringiera el movimiento, en este caso del animal el resultado sería la muerte. El dolor ayuda gracias a que encuentra una forma de aparecer acorde con lo que está pasando en la vida mental de la persona.

Fajardo ha sido académico visitante en la Universidad de Arizona y de Cincinatti, Estados Unidos. Foto:Mario Pérez
Esa es una pregunta muy bella y ocupa la mente de filósofos y filósofas. Hay dos maneras de verlo —a veces la filosofía es así de frustrante porque no tiene respuestas dadas—. Está la pregunta de si los dolores pueden existir aunque no seamos conscientes de ellos. Una manera de pensarlo es que ahí está el dolor, pero el foco de la atención está en otra actividad y por eso no se siente. Pero pese a ello permanece ahí. Otra forma de verlo es que la atención determina qué es lo que hay en la mente. Entonces, al no estar enfocada en el dolor, el dolor ya no está. Cada una de esas miradas obedece a compromisos teóricos distintos. Si la existencia del dolor es solo mental, consciente, lo que uno respondería es que en ese caso ya no hay dolor. Pero si pensamos que el dolor es más que solo su presencia consciente, diríamos que sigue ahí aunque no lo estás sintiendo. Yo tiendo a favorecer la segunda manera de pensar el asunto.
Detrás de todo este tema está también la famosa dicotomía de mente y cuerpo...Durante mucho tiempo, en la historia de nuestro pensamiento occidental, la distinción entre mente y cuerpo ha sido muy útil para ciertas cosas. Pero en otras, esa división tan tajante parece más artificial. Cuando nos preguntamos acerca del dolor eso queda muy claro. El dolor perturba la mente. La concentración se afecta al experimentarlo. Ocupa un lugar importante en la subjetividad de quien lo padece. Pero el cuerpo también está claramente afectado. Es el que parece conectado con eso que se siente. El dolor está como en una bisagra entre esas dos realidades. También hay una manera de entender lo mental como el resultado de una actividad corporal muy compleja. No son dos cuestiones separadas. Es la misma realidad, sino que le llamamos mente al resultado de la interacción de nuestro cerebro, el sistema nervioso, el cuerpo que encarna, etc. Desde esa perspectiva, el dolor está como en una suerte de cuerpo virtual que produce el cerebro para tener una representación de lo que pasa en el cuerpo.
¿Lo que explicaría el dolor que se siente en los miembros fantasma?Exacto, es lo que uno encuentra en esos casos. Las personas que han tenido una amputación, una mutilación, siguen experimentando o empiezan a sentir dolor en un lugar en el que ya no hay miembro. ¿Cómo puede ser que me duela un brazo que ya no tengo? El brazo, en efecto, no está. Pero en esa representación virtual del cuerpo que el cerebro ha venido construyendo durante todos los años de vida ese brazo todavía sigue estando, y es ahí donde ocurre el dolor.
En el libro habla de la analgesia congénita. Personas que no tienen la capacidad de sentir dolor físico, algo que genera consecuencias graves. Esto nos lleva a pensar de nuevo en la utilidad del dolor...La observación de este síndrome apunta a eso. Una manera de analizar para qué nos sirve algo es mirar qué pasa en los casos en que ese algo no está. La analgesia congénita es grave. Es una manera muy difícil de llegar al mundo y pocos alcanzan la vida adulta con esta condición. Genera desafíos, sobre todo en la niñez. Un niño que no tiene acceso al conocimiento de que se puede hacer daño en potencia puede sufrir accidentes peligrosos. El dolor tiene una contribución muy importante: es un permanente recordatorio de que el cuerpo es valioso. Eso es clave, porque se le suele ver como una debilidad, un defecto. Las vulnerabilidades nos recuerdan que tenemos mucho valor. La fragilidad que tiene el cuerpo, entre otras cosas, es lo que nos hace ser lo que somos. La vida humana se trata de tener estos cuerpos que se deterioran, que decaen, que van a terminar pereciendo. El dolor está allí, en buena medida, como una forma en la que la naturaleza nos brinda autorreconocimiento: tengo que cuidarme. Es una orientación respecto a los límites de nuestra carnalidad.
En relación con esto, ¿qué piensa de una sociedad que busca que no haya dolor?Hay una tensión en eso. Porque cuando uno sufre dolor lo que quiere es aliviarse. Sobre todo los dolores crónicos. Pero más allá de ese anhelo en situaciones particulares, una sociedad sin dolor es una sociedad sin límites corporales que preserven la integridad orgánica de sus miembros. Byung-Chul Han, en su libro La sociedad paliativa, habla de algo similar a lo que planteas: que las sociedades contemporáneas probablemente son las primeras y las únicas que han pensado que no tener dolor es un derecho. Eso cuenta sobre todo para sociedades con ingresos económicos altos. De hecho, en Latinoamérica la realidad es que no tenemos cómo aliviar el dolor. Nuestros sistemas de salud son deficientes, el abasto de medicamentos también. Entonces eso no cuenta para nuestros países. Al contrario, aquí hemos desarrollado estrategias que van desde lo personal a lo comunitario para poder sobrellevarlo y vivir con él.
¿Sirve poner el dolor en palabras? Sí, mucho. Más allá de que sea por escrito o verbal, sirve la experiencia de tener el fenómeno bajo control. Que puede ser ilusorio. Pero esa sensación ayuda. En buena medida eso lo reconocemos con las visitas al médico. Cuando a uno le está doliendo algo y no sabe qué es, la preocupación es no tener palabras para explicarlo. En el momento en que el experto en salud dice “mira, lo que tienes es esto”, ya se genera una suerte de alivio. Se ha dicho que lo horrible es eso que no podemos poner en palabras. Eso que desborda nuestra capacidad del lenguaje, que ni siquiera tiene límites. Así que al encontrarle palabras por lo menos puedes darle un lugar. Puedes interactuar con eso. Lo haces manejable.
Usted destaca, además, el componente espiritual que lo rodea. Y el social...Tiene que ver con esto de las palabras. La dimensión espiritual suele equipararse a la religiosa, pero va mucho más allá. Lo espiritual está relacionado con el sentido, el significado. Nosotros dotamos de sentido sobre todo mediante el uso del lenguaje. El desafío espiritual que genera el dolor en las personas es cuál es el lugar que le vamos a dar en la narrativa personal. Con qué palabras se va a describir esta experiencia. ¿Qué es este dolor para mí? ¿Este dolor es el final de mi vida, es el inicio de otra vida? La dimensión social también es importante. No se trata solo de qué papel le doy a mi dolor, sino qué papel le dan los otros a mi dolor. Cuando vemos a una persona que se está quejando de dolor, sentimos una motivación interna de ayudar. Es algo casi natural. Un estudio de antropología y psicología tomó a dos grupos de desconocidos. A uno le dieron dulce para comer; al otro picante, bajo el entendido de que les produciría dolor. Mientras los primeros se comportaron como desconocidos —que lo eran—, el grupo que comió picante mostró disposición a la cooperación. Atravesar la experiencia dolorosa juntos hizo que la gente se vinculara. Eso lo ve uno en la vida cotidiana. Los dolores nos acercan.
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