Analfabetismo digital: jóvenes que escriben y piensan mal.

Vivimos en una paradoja cultural: nunca antes habíamos tenido tanto acceso a la información y, al mismo tiempo, tan poca capacidad para interpretarla. La gente escribe sin cesar en publicaciones , mensajes y comentarios, pero rara vez piensa con claridad. El nuevo analfabetismo no es la incapacidad de leer o escribir, sino la incapacidad de argumentar, interpretar contextos, distinguir entre hechos y opiniones, y estructurar ideas de forma coherente. Peor aún: es la incapacidad de dudar.
Una población que no lee con profundidad carece de pensamiento crítico, y quienes carecen de pensamiento crítico son más vulnerables a la manipulación. Según PISA 2022, el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, impulsado por la OCDE, Portugal se enfrenta a un preocupante descenso en alfabetización: los jóvenes obtuvieron una puntuación 20 puntos inferior en matemáticas (472) y 15 en lectura (477), con un 30 % que carece de las competencias mínimas en matemáticas y un 23 % en lectura. Si bien estas cifras se acercan a la media de la OCDE, reflejan un retroceso de casi 15 años.
Pero el problema va más allá de las estadísticas: primero, es político, reflejo de años de políticas educativas fallidas —años de políticas socialistas que, aunque bienintencionadas, fracasaron—; luego, es cultural. Muchos jóvenes, moldeados por la búsqueda de estimulación inmediata y gratificación instantánea, ven la lectura extensa como un sacrificio y la escritura clara como un obstáculo. Para algunos, el pensamiento profundo es casi irrelevante. Las escuelas, presionadas por los objetivos, han abandonado la formación de ciudadanos críticos. El pensamiento complejo ha dado paso a presentaciones simplistas, los ensayos han sido reemplazados por exámenes de opción múltiple y los debates por eslóganes . El resultado es visible en las redes sociales e incluso en las universidades: jóvenes que escriben con descuido, confunden emoción con razón y reaccionan sin comprender. El lenguaje se ha empobrecido, el vocabulario se ha reducido y la gramática ha sucumbido a la prisa. Esta generación no es la única culpable. Ha sido traicionada por un sistema educativo que ha dejado de exigir rigor, por una cultura que valora el sentimiento por encima de la razón y por adultos que prefieren ser influenciadores en lugar de modelos a seguir.
Sin embargo, no todo está perdido. En PISA 2022, Portugal obtuvo mejores resultados en alfabetización financiera, con 494 puntos, cerca del promedio de la OCDE, pero aún lejos de un nivel aceptable, con un 85 % de jóvenes que alcanzaron el nivel mínimo de competencia. Esto demuestra que, con enfoque y la integración de las políticas educativas, es posible desarrollar habilidades sólidas. El costo de esta analfabetización digital es democrático. Quienes no pueden interpretar un texto no comprenderán un programa electoral. Quienes no argumentan con claridad serán presa fácil de eslóganes. Quienes no escriben bien difícilmente pensarán con libertad. La alfabetización no es un lujo; es una condición de soberanía. Un país sin lectores críticos es un país menos preparado para defenderse. Corregir esta situación requiere acciones concretas: reintroducir la escritura crítica en los planes de estudio, promover bibliotecas digitales accesibles y fomentar el debate en las aulas. Leer con detenimiento es un acto de resistencia. Pensar con rigor es un gesto político. Enseñar a la gente a escribir bien es quizás la mayor inversión en un futuro libre. Este texto no es un juicio, sino un llamado urgente. Si no actuamos, crearemos ciudadanos que sabrán usar la tecnología, pero que tendrán menos capacidad para tomar decisiones. La educación es nuestra última revolución posible.
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