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¿Y si otro fin del mundo fuera posible?

¿Y si otro fin del mundo fuera posible?

Después del apagón del lunes, el país se dividió entre los preppers (preparacionistas) y los que no estábamos preparados. Como si la fábula de la cigarra y la hormiga se hiciera realidad, un montón de preppers salieron a contarnos lo bien que habían estado con sus mochilas del fin del mundo. Yo siempre he odiado esa fábula. Es capciosa y reduccionista y las hormigas me parecen unas cabronas.

Porque las condiciones materiales no son para todas las mismas y, a veces, aunque quieras ser una hormiga, tu salario mínimo no llega ni para poder guardarte un par de latas al mes. El día del apagón pensé en mis amigas precarias, en sus neveras semivacías y en que si esto fuera de verdad un apocalipsis, hubiéramos sido las primeras en palmar. El apagón nos pilló a todas en bragas y sin kit de supervivencia, no por perezosas ni descreídas, sino porque una generación que apenas llega al presente es imposible que piense en el futuro. Enhorabuena si puedes pensar en él, amigo y amiga preparacionista, eso significa que no vives en la incertidumbre del hoy.

Pero yo venía a hablar del momento en el que todos los que no estábamos preparados bajamos a la calle y celebramos cada triunfo de los otros como si fuera propio.

En Otro fin del mundo es posible, Pablo Servigne, Raphaël Stevens y Gauthier Chapelle proponen asimilar que ya estamos en un mundo a punto del colapso y que habría que pasar a una filosofía de la acción colaborativa. Para que ese otro fin del mundo sea posible necesitamos fábulas que no sean moralistas y sí sean fraternales. Es decir, muerte a las hormigas y bienvenidos los cerditos que les abren las puertas de las casas a sus hermanos. Porque, dicen ellos, la supervivencia futura no consistirá en mantenerse individualmente con vida sino en poder volver a levantar una sociedad desde las ruinas que hayan quedado.

Toda la gente que pudo y bajó a la calle el lunes es la gente con la que querría estar en un apocalipsis futuro. Los que compartían las radios y las velas y te invitaban a cocinar a sus casas. Los que se quedaron encerrados con sus mochilas y al día siguiente escribieron sobre lo inteligentes que habían sido al prepararse es toda la gente con la que no me interesaría sobrevivir ni un minuto. Como dice la psicóloga Carolyn Baker: «En el fondo, una sociedad de supervivencialistas en ciernes emocionalmente miopes, ¿podría producir algo que no fuera una cultura aterradora e inhumana parecida a la de Un mundo feliz?». El lunes, si se hizo algo de luz, fue al enseñarnos que el futuro será comunitario o no será.

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