Relatar enigmas y episodios del arte

Hay algo en el acto de contemplar un cuadro que es universal y nos desarma. Basta con posar la mirada sobre una obra para que se active un circuito emocional que reconfigura nuestra forma de percibir el mundo. Quizá por eso seguimos escribiendo sobre arte. Pese a los miles de libros que se han publicado, el tema parece inagotable, como si, en el fondo, no supiéramos absolutamente nada.
La gran pregunta –¿qué es el arte?– continúa abierta. Buscar una respuesta sería desmesurado. Hacerlo implicaría atribuirle una utilidad a algo que, por naturaleza, no la tiene. Como decía Nuccio Ordine, el valor del arte reside precisamente en su inutilidad. Lo que sí sabemos es que nos mueve. De arriba abajo y en todas las direcciones. Y que da para mucho.

La 'Mona Lisa' de Leonardo da Vinci genera cada día una avalancha de visitantes
GettyTal vez por eso lo narramos: para llenar con relatos el misterio que deja abierto. Insistir en comprenderlo, buscar las palabras. Territorio fértil para la ficción. Del mismo modo que el arte no responde a una funcionalidad concreta, tampoco los libros que lo abordan tienen por qué hacerlo. Su amplitud es también su elasticidad y permite abordajes de todo tipo.
Así, en tiempos marcados por lo práctico y lo inmediato, los libros que se acercan al arte nos ofrecen algo distinto: una manera de estar en el mundo que no busca resolverlo todo, sino abrir más preguntas. Resulta sugerente leer libros que se atreven a explorar este campo lleno de abstracciones. Tal vez, al hacerlo, descubramos un hilo sutil que los recorre.
Cosmovisión en el interior de un cuadro
Comenzamos con un interrogante: ¿y si el misterio del arte fuera deliberado? El periodista Javier Sierra (Teruel, 1971) parte de esa intuición y la convierte en motor narrativo de su novela El plan maestro (Planeta ). Todo comenzó cuando un hombre se le acercó en el Museo del Prado para confesarle que algunos cuadros son portales hacia otros mundos, y que existe una sociedad encargada de protegerlos.
⁄Carlos del Amor traza la historia de un supuesto Velázquez olvidado, tal vez un retrato de Juana Pacheco, su esposaDesde entonces, el autor se ha entregado a la búsqueda. A medio camino entre la mitología y la documentación histórica, Javier Sierra vuela sobre un mundo en el que los cuadros expanden su alcance y nos tienden la mano. Pinturas que conservan un conocimiento oculto, perceptible solo para quienes saben mirar. La forma de observar lo transforma todo; ¿acaso no dice eso la cuántica?
En un mundo saturado de estímulos, el autor aragonés propone afinar los sentidos para detectar esos símbolos que nos guían hacia una realidad más amplia. En esta cotidianidad de saberes prácticos y cifras, la novela recuerda que el arte es una vía de acceso hacia otras dimensiones del saber, y que es tan antigua como necesaria.
La compulsión de poseer la belleza
De esta dimensión espiritual pasamos a una más humana. El periodista Michael Finkel (Atlanta, 1969) reconstruye en El ladrón de arte (Taurus ) la historia de Stéphane Breitweiser, un joven francés que robó más de trescientas obras en museos europeos. Las acumulaba en la buhardilla de su casa para contemplarlas en soledad. Visitaba museos y catedrales a plena luz del día y, si alguna pieza le robaba el corazón, tenía que poseerla. Extraía su navaja suiza, desprendía la obra de su estructura y salía del recinto con la misma tranquilidad que cualquier otro visitante. Junto a su pareja y cómplice, Anne-Catherine Kleinklaus, recorrió Europa burlando sistemas de seguridad. Lo hacían sin violencia. Pagaban su entrada y, a cambio, se llevaban un souvenir; ilegal pero cuidadosamente elegido.
Cuando llegó la inevitable caída, psicólogos y jueces intentaron descifrar el caso Breitweiser. ¿Es un cleptómano? ¿Un psicópata? ¿Un romántico irredento? Todo un caramelo para los especialistas en trastornos de la personalidad.
Para Breitweiser, los museos son cárceles para el arte. Ese leitmotiv podría haberlo convertido en el Robin Hood del arte si hubiera compartido su botín, pero lo cierto es que guardaba las obras en su casa, inaccesibles para todo el mundo excepto para él. Un gesto de amor absoluto o de egoísmo radical, o tal vez ambas cosas a la vez.
⁄ Michael Finkel reconstruye la historia de un joven francés que robó trescientas obras en museos europeosLadrones de tumbas
De la apropiación individual a la estructural, saltamos ahora a los más pícaros en la historia del saqueo. Arqueomàfia (La Campana), del criminólogo Marc Balcells (Barcelona, 1979), nos adentra en el mundo de los tombaroli : saqueadores de tumbas que operan desde hace siglos al margen de todo. Estos ladrones están muy arraigados a la cultura europea, especialmente en un país como Italia. Muchos provienen de familias donde saquear tumbas es una tradición, y algunos se ven a sí mismos como arqueólogos amateurs.
Durante años, coleccionar piezas arqueológicas fue una moda. Objetos extraídos ilegalmente decoraban casas privadas. Las piezas se blanqueaban con relatos inventados y rara vez se cuestionaba su procedencia. Su valor era estético, no histórico. Según Balcells, cuando se pierde la dimensión científica de estos objetos y se los reduce a una función decorativa, se pierde también su capacidad para transmitir conocimiento. Al extraer estas piezas sin estudiar su contexto, el relato del pasado se interrumpe para siempre. Arqueomàfia propone una mirada científica más allá del estigma. Si se quiere proteger el patrimonio histórico, no basta con criminalizar: hay que entender quiénes lo amenazan, por qué lo hacen y cómo han logrado mantener viva su actividad durante tanto tiempo.
Descolonizar los museos
Pero, ¿qué ocurre cuando una institución que preserva la historia también la manipula a su antojo? Alice Procter (Sydney, 1995), historiadora del arte y guía de los subversivos Uncomfortable Art Tours, parte de esa contradicción para desmontar el relato oficial de los museos británicos. En El cuadro completo (Capitán Swing ) plantea una pregunta delicada: ¿cuánta violencia hay detrás de los museos que veneramos?
Su objetivo no es destruir los museos, sino cuestionar su autoridad. Con una claridad demoledora, recuerda que muchas obras expuestas son fruto del saqueo colonial. Nos guía por objetos que fueron despojados de su valor original y reubicados bajo una lógica imperial, desvelando su verdadera historia. La australiana lo deja claro: los museos no son espacios neutros, sino instituciones que perpetúan jerarquías raciales y económicas. Lugares de facto excluyentes donde las voces no occidentales fueron silenciadas y lo siguen estando.
Su propuesta es contundente: devolver esas piezas a sus comunidades originales. No como gesto simbólico, sino como un acto de justicia material. Descolonizar implica reconocer las violencias del pasado, asumir la culpa histórica y abrir paso hacia narrativas más justas.
⁄ El criminólogo Marc Balcells nos adentra en el mundo de los ‘tombaroli’: saqueadores de tumbas que operan hace siglosHumanizar a Da Vinci
Frente a estas estructuras de poder, el filólogo e historiador Carlos Vecce (Nápoles, 1959) propone un acercamiento más íntimo. Vida de Leonardo (Alfaguara ) desciende del mito para aterrizar en el hombre: ¿quién fue realmente Leonardo Da Vinci antes de convertirse en leyenda? A través de numerosos archivos, Vecce siguió el rastro familiar de Leonardo hasta dar con su madre, Caterina, una esclava circasiana de un matrimonio de comerciantes florentinos.
A través de manuscritos, inventarios y anotaciones del propio Leonardo, Vecce nos lleva a sus primeros pasos en Vinci. Camina también junto a un Leonardo joven, inquieto, que se resistió a las normas de su tiempo. Más allá del genio, hay un hombre inconcluso. Capaz de perderse en la anatomía de una hoja o en el movimiento de un ala. Esta mirada no se explica sin conocer sus debilidades: la necesidad de afecto, el miedo a la mediocridad, la frustración ante una sociedad que ya premiaba lo útil por encima de lo bello. Gracias a Vecce sabemos que las fragilidades de Leonardo son también las nuestras, y que los genios están en todas las eras, incluida la nuestra.

Carlos del Amor, autor de ” Una dama desconocida” con el cuadro del posible Velazquez
Ana Jiménez / PropiasHay una mujer detrás del cuadro
Carlos del Amor (Murcia, 1974) conoce la fragilidad de los relatos. En el libro Una dama desconocida (Espasa), el conocido periodista televisivo se adentra en otro tipo de misterio. Esta vez no surge del subsuelo o del interior de un lienzo, sino de un correo electrónico: un mensaje le sugiere que un cuadro olvidado podría ser de Velázquez. Del Amor se prepara para coger carrerilla y lanzarse a la búsqueda de respuestas: ¿y si la mujer del retrato fuera Juana Pacheco, esposa del pintor? Tras la estela de esa figura silenciosa, seguimos la investigación en primera persona.
En esta búsqueda, el periodista reivindica lo que ha quedado fuera de las narrativas oficiales, como tantas mujeres que fueron retratadas por grandes maestros, de las cuales no sabemos nada. Intuición como brújula crítica que guía hacia la sospecha. Y la posibilidad de ampliar siempre los marcos de lo que ya conocemos.
El arte como refugio
Más allá de la perspectiva crítica y sus interrogantes, el arte también es consuelo. Así lo ha sido para Laura Cumming (Edimburgo, 1961), y lo explica en su libro Trueno (Crítica); un viaje por el arte del siglo de oro neerlandés y una memoria personal sobre el poder de las imágenes. Todo comenzó con un pequeño cuadro de Carel Fabritius colgado en la National Gallery de Londres. Un hombre pensativo, instrumentos musicales y una ciudad al fondo. Para Cumming, recién llegada a la ciudad, ese cuadro fue un refugio.
⁄ Laura Cumming enlaza la historia del neerlandés Carel Fabritius con la de su padre, también pintorLa autora entrelaza la historia de Fabritius con la de su padre, también pintor. Todo atravesado por una pregunta central: ¿qué puede decirnos el arte sobre la vida, la muerte y sobre nosotras mismas? A Laura Cumming le interesa el temblor que produce el arte. Cree que todos los cuadros comprenden algo esencial sobre la vida. Las imágenes son espejos donde se refleja algo que llevamos dentro. Si al mirar un cuadro sentimos una sacudida, un estremecimiento, es porque estamos entendiendo algo que solo puede formularse desde el silencio.

Vicente Todolí en su jardín de cítricos de Palmera, Valencia.
JEOSM / Europa PressUn jardín también es un museo
Como si el arte también pudiera sembrarse y crecer sobre tierra fértil, Vicente Todolí (Palmera, 1958) nos recuerda que el arte no siempre cuelga de una pared. En Quisiera crear un jardín (y verlo crecer) (Espasa ), el comisario de arte contemporáneo se convierte en agricultor, y en ese gesto encuentra otra forma de explorar la belleza.
Todolí, que fue director de la Tate Modern, regresa a la localidad valenciana de Palmera para continuar la labor de su padre: cultivar cítricos. En su jardín, que ya conserva más de quinientas variedades, encontramos el eco de los Medici, quienes también coleccionaban frutas como obras de arte. Para Todolí, cuidar un jardín es como curar una colección, aunque en este caso, las piezas están vivas, crecen y mueren, cambian solas, a su antojo.
El libro entrelaza sus memorias en el extranjero con interesantísimas reflexiones sobre la industria del arte, la arquitectura, el urbanismo descontrolado en Valencia, la dictadura del espectáculo. Trazando al mismo tiempo un camino inspirador por las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida.
Ajeno a la inmediatez del mundo digital, Todolí reivindica el contacto físico, las conversaciones largas, la información que ofrece un gesto o una mirada. En un tiempo en que la visibilidad parece lo más importante e impera un ritmo cada vez más feroz, él apuesta por proteger la tierra y cultivarla; contemplar el crecimiento, la espera paciente. El libro invita a pensar en otras formas de creación, necesarias para un futuro sostenido y vivible. En otros libros el arte se cuestiona, se pierde o se rastrea, pero aquí se planta sobre la tierra fértil. Como si también el arte necesitara volver a enraizarse para florecer de nuevo.
⁄ Todolí, que fue director de la Tate Modern, regresa a la localidad valenciana de Palmera para cuidar un jardínUna grieta hacia el misterio
Lo que el arte nos devuelve no se puede medir. Tampoco encerrar en palabras. Pero en esa interacción hay ciertamente un camino de regreso. Estos libros proponen distintas formas de acercarse a lo mismo: una experiencia que escapa al lenguaje, pero que insiste en quedarse, y que cada mirada traduce de forma distinta. Tal vez todos los autores compartan una misma intuición: que el arte no se deja explicar, pero sí experimentar. Una grieta que se abre en lo físico y nos permite asomarnos al misterio. Una forma de estar en el mundo sin terminar de comprenderlo.

Javier Sierra, autor de ‘El plan maestro', posando en el Museo del Prado’
JUNTA / Europa PressJavier Sierra es uno de los pocos escritores españoles que ha logrado colarse en las listas de The New York Times, y no por casualidad. Periodista de formación y novelista de vocación, es autor de éxitos internacionales como El maestro del Prado y El fuego invisible, con el que ganó el premio Planeta en el 2017. Sus libros bailan entre el rigor documental y la ficción esotérica. Hablamos con él de dioses instructores, símbolos olvidados y el arte como puente entre distintos planos de existencia.Sugiere que algunas obras de arte esconden un conocimiento transmitido por maestros primigenios. ¿Qué verdad hay detrás de esa ficción?Se trata de una verdad mitológica. En relatos fundacionales de culturas como la mesopotámica, los pueblos del altiplano andino, los dogones de Mali en África, el antiguo Egipto o los vedas indios, se habla de “dioses maestros” que trajeron la civilización. Suelen describirse como criaturas que salen del agua, mitad humanas, mitad animales, que enseñaron a construir sus casas, domesticar animales, elaborar leyes o escoger las semillas para alimentarse. Lo que más me sorprende de estos relatos es su universalidad, como si todas las latitudes del planeta necesitaran atribuir las bases de la cultura a un colectivo de maestros.¿Qué tipo de lectura deberíamos hacer de las obras para captar ese mensaje oculto?Invito a rastrear a esos maestros instructores desde el arte rupestre hasta el arte histórico. El Bosco, por ejemplo, introducía en sus obras figuras mitad humanas, mitad pez, que recuerdan a uno de los dioses instructores más famosos de la antigüedad: el Oannes babilónico. Lo misterioso es que en su época aún no se habían encontrado las tablillas babilónicas que lo mencionaban. Aprovecho ese hueco histórico para imaginar una sociedad secreta de sabios que tutela a la humanidad. Es decir, parto de un mito para crear otro, usando el arte como vehículo.El plan maestro oscila entre lo histórico y lo esotérico. ¿Cómo navega esa frontera? Dedico mucho tiempo a documentarme. Cuando termina lo conocido, recurro a la ficción. No me interesa contar lo que ya se sabe, sino explorar lo desconocido y plantear un escenario nuevo. ¿Cómo puede la ficción enriquecer o desafiar el conocimiento?Tuve una experiencia maravillosa a ese respecto hace años, cuando publiqué La cena secreta. En aquella novela reconstruí el proceso de creación de La Última Cena de Leonardo da Vinci y exploré sus conflictos con la Iglesia. Estudiando su obra, creí dar con una clave para interpretar su cenáculo de un modo radicalmente nuevo. Mi obra terminó en manos de Pinin Brambilla, la doctora que pasó veinte años restaurando La Última Cena. Un día me llamó para decirme que le había hecho leer esa pintura de un modo totalmente nuevo. Desde una ficción, la empujé a comprender de modo más global el material sobre el que trabajó tanto tiempo. Fue muy emocionante.Propone que el arte actúa como una tecnología de transmisión espiritual. ¿Cree que la sociedad actual ha perdido la capacidad de interpretar los símbolos? Me gusta ese concepto de tecnología de transmisión espiritual. En efecto: el arte es un canal de comunicación. En la prehistoria, nuestros ancestros palpaban las paredes de las cuevas antes de pintarlas. Lo hacían porque intuían que eran una membrana que separaba su mundo del de los espíritus. Así, cuando tropezaban con un bulto en la pared, creían que era la panza de un bisonte y la coloreaban. El arte nació para marcar espíritus, como herramienta práctica. Con el tiempo, aprendimos a manipular su hipnótica fascinación con propósitos más mundanos, de propaganda, y terminamos por olvidarnos de su propósito original. En su libro, el arte tiene una función iniciática. ¿Qué responsabilidad tienen hoy museos y educadores?El arte necesita relato. No basta con datos históricos. Los museos deben preservarlo y acercarlo a las nuevas generaciones, pero los escritores tenemos la misión de darle volumen. De Umberto Eco a Dan Brown, de Ken Follett a Arturo Pérez Reverte, todos hemos contribuido a que lectores de todas las edades vibren con el arte. El poder de la palabra puede llevarte mucho más lejos que cualquier scroll de imágenes.Si tuviera que elegir una palabra para definir ese plan maestro, ¿cuál sería?Epifanía. Más allá de su sentido religioso, es esa sensación de asombro que experimentamos al comprender algo en su totalidad. Es el término que usaron los primeros astronautas cuando vieron que la Tierra era redonda, haciéndose conscientes de su lugar en el universo. El arte, cuando se comprende, provoca ese efecto. Con El plan maestro quiero desencadenarlo en la mente de mis lectores.
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