Cuando la América puritana emprende una cruzada contra la música con una pegatina

Para ir más allá

Conocí a Nikki en el vestíbulo de un hotel; se estaba masturbando con una revista. Una mañana de diciembre de 1984, Karenna Gore, de 11 años, puso en su tocadiscos la última obra maestra de Prince, "Purple Rain". Cuando empezó a sonar la primera estrofa del quinto tema, "Darling Nikki", su madre, Mary Elizabeth "Tipper" Gore, se quedó sin aliento. Indignada, agarró el vinilo, corrió a la tienda de discos y exigió un reembolso. Se negó, ya que el álbum ya había sido abierto y reproducido. Fue la gota que colmó el vaso. La madre plasmó su furia en un libro de 1987 titulado "Criando niños aptos para todo público en una sociedad para adultos": "La letra vulgar nos avergonzó a ambos. Al principio me quedé atónita, ¡y luego me volví loca! ¡Millones de estadounidenses compraron ese disco sin saber qué esperar!"

Sin embargo, como muchos otros padres de su generación, esta mujer rubia de corte recto no nació siendo mojigata. De pequeña, se dejaba llevar por el ritmo de «Twist and Shout» de los Beatles. Pero, dice, los tiempos han cambiado: «La industria de la comunicación ofrece imágenes cada vez más explícitas de sexo y violencia a niños cada vez más pequeños».

Esta sociedad del espectáculo, que se ha vuelto pornográfica, desagrada mucho a la América puritana...

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