El océano: más allá de ser el ‘sumidero de carbono’ del planeta

Esta semana que comienza, gobiernos y organizaciones civiles de todo el mundo se reunirán en Niza, Francia, para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos. La Unoc (por sus siglas en inglés), la tercera reunión de este tipo desde 2017, llega en un momento en que los países están finalizando sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional –planes de descarbonización– (NDC, por las siglas en inglés) actualizadas, según lo requerido por el acuerdo climático de París.
El momento es adecuado, porque los cambios en nuestros océanos se han convertido en un barómetro familiar de la gravedad de la crisis climática. Los vibrantes arrecifes de coral tecnicolor, que alguna vez rebosaron de vida, están siendo blanqueados fantasmalmente por las aguas cálidas y ácidas. Las poblaciones isleñas, como los habitantes de la mayor de las islas Cartí de Panamá, se están viendo obligadas a abandonar sus hogares ante el aumento del nivel del mar. Y muchas comunidades costeras, a menudo algunas de las más pobres del mundo, están siendo devastadas por ciclones cada vez más severos.
Los pequeños Estados insulares en desarrollo, que están en primera línea, también son las principales fuentes de innovación climática. Nos hemos convertido en bancos de pruebas de soluciones que pueden guiar la acción a nivel mundial. Desde nuestra perspectiva, el océano no es solo un síntoma de un clima cambiante, sino también una parte importante de la solución.
El Grupo de Alto Nivel para una Economía Oceánica Sostenible (del que Seychelles es miembro) estima que alrededor del 35 % de las reducciones de emisiones necesarias para 2050 podrían provenir del océano. La mayor parte de este potencial se encuentra en los sectores industriales, desde el transporte marítimo descarbonizado hasta las energías renovables marinas. Pero la protección y restauración de ciertos “ecosistemas de carbono azul” (manglares, pastos marinos, marismas saladas) también puede contribuir de manera medible a los esfuerzos de mitigación del cambio climático.
En nuestra propia NDC de 2021, Seychelles se comprometió a cartografiar y, posteriormente, proteger todos los pastos marinos de nuestra zona económica exclusiva, un área total de 1,3 millones de kilómetros cuadrados (503.000 millas cuadradas), para 2030. Ahora me enorgullece decir que ya hemos cumplido ese objetivo, protegiendo más del 99 por ciento de nuestras praderas de pastos marinos cinco años antes de lo previsto. Al hacerlo, hemos establecido un punto de referencia para el liderazgo en el océano y el clima. Otros países del Océano Índico Occidental están llevando a cabo un trabajo similar y esbozando sus propias ambiciones para las actualizaciones de las NDC de 2025.
Además de servir como una fuente medible de almacenamiento de carbono, estos ecosistemas son algunas de las formas más efectivas y rentables de infraestructura natural disponibles para estabilizar las costas y amortiguar las tormentas. Proporcionan una primera línea de defensa vital para los isleños y los habitantes costeros, absorbiendo la energía de las olas, filtrando el agua y evitando la erosión. Y también apuntalan la economía azul de la que dependen miles de millones de personas para su sustento.
De hecho, los pastos marinos por sí solos proporcionan un hábitat valioso a más de una quinta parte de las 25 pesquerías más grandes del mundo, incluidas muchas especies que son clave para la seguridad alimentaria y los ingresos locales –según una investigación publicada en 2018–. Ecosistemas costeros saludables significan economías más saludables, comunidades más resilientes y mayor estabilidad a largo plazo. Con manglares y pastos marinos saludables, las comunidades de primera línea son mucho más resilientes y más capaces de adaptarse al cambio climático.
Nuestra experiencia ofrece lecciones importantes. Si bien el océano ha sido descrito durante mucho tiempo como el mayor “sumidero de carbono” del planeta, esa es una construcción anticuada. De hecho, el océano ha absorbido la mayor parte del calor antropogénico y las emisiones de dióxido de carbono desde el comienzo de la industrialización. Pero su capacidad para hacerlo no es ilimitada.
No existe un “tapón” mágico donde el calor y el carbono simplemente desaparecen. Representar el océano de esta manera corre el riesgo de oscurecer el papel tangible y local que desempeñan los ecosistemas marinos en el sustento de la cultura, la dieta, la identidad y la supervivencia de muchas comunidades. Por ejemplo, para los habitantes de Seychelles, las praderas de pastos marinos son mucho más importantes como hábitat para el pez conejo que sustenta a los pescadores artesanales, o como fuente de alimento y refugio para las tortugas que atraen a tantos turistas, que como sumideros de carbono.
Reducir el valor de tres cuartas partes de nuestro planeta a la función singular de sumidero de carbono pasa por alto las enormes contribuciones del océano a la seguridad alimentaria, la identidad cultural y la resiliencia económica. Este marco estrecho refuerza las desigualdades inherentes a la forma en que evaluamos, gobernamos e invertimos en los sistemas planetarios.
En última instancia, los sectores marinos industriales y los ecosistemas naturales son herramientas infrautilizadas para hacer frente al cambio climático y otras necesidades de desarrollo.
Mientras los líderes mundiales se reúnen en Niza y se preparan para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Belém (COP30), pueden inspirarse en Seychelles para defender la acción climática basada en los océanos.
No debemos tratar el océano como una idea de último momento ni como una solución técnica, sino como un pilar fundamental de la agenda climática. Su función como “sumidero de carbono” nos ha permitido ganar un tiempo precioso, pero a un alto precio en términos de su vitalidad y abundancia. Para la salud a largo plazo de las personas y del planeta, preservar la salud de los océanos es esencial.
(*) Wavel Ramkalawan es presidente de la República de Seychelles © Project Syndicate - Victoria
El calentamiento oceánico derivado de la polución humana
Los corales son cruciales para la preservación de la vida marina. Foto:iStock / ©Elaine Ross
Los océanos han absorbido hasta ahora la gran mayoría del calentamiento causado por la quema de combustibles fósiles y han protegido a las sociedades del impacto total de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Pero este aliado crucial muestra síntomas alarmantes de estrés: olas de calor, desaparición de vida marina, aumento del nivel del mar, disminución del nivel de oxígeno y acidificación causada por la absorción de exceso de dióxido de carbono. Estos efectos ponen en riesgo no solo la salud del océano, sino de todo el planeta.
Al absorber más del 90 % del calor excedente atrapado en la atmósfera por los gases de efecto invernadero, “los océanos se están calentando cada vez más rápido”, explica Angélique Melet, oceanógrafa del monitor europeo Mercator Ocean.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU ha dicho que la tasa de calentamiento de los océanos se ha duplicado desde 1993. La temperatura promedio de la superficie del mar alcanzó nuevos récords en 2023 y 2024. Pese a un respiro a inicios de 2025, las temperaturas siguen en niveles históricamente altos, según el monitor climático Copernicus de la Unión Europea. El Mediterráneo ha establecido un nuevo récord de temperatura en cada uno de los últimos tres años y es una de las cuencas más afectadas, junto con el Atlántico Norte y los océanos Ártico, precisa Thibault Guinaldo, del centro de investigación Cems de Francia.
Las olas de calor marinas se han duplicado en frecuencia, duran más tiempo, son más intensas y afectan una zona más amplia, informó el IPCC en su informe especial sobre los océanos.
Los mares más cálidos pueden hacer que las tormentas sean más violentas. El calentamiento del agua también puede ser devastador para las especies, especialmente para los corales y las praderas marinas. En el caso de los corales, se espera que entre el 70 y el 90 % se pierda este siglo si el mundo alcanza un calentamiento de 1,5 grados Celsius en comparación con los niveles preindustriales.
Los científicos esperan que ese umbral –el objetivo más ambicioso del acuerdo climático de París– sea superado a principios de la década de 2030 o incluso antes.
De otra parte, el derretimiento lento pero irreversible de los casquetes polares y los glaciares contribuye a la subida del nivel del mar. El ritmo al que aumenta ese nivel se ha duplicado en tres décadas y, si las tendencias continúan, volverá a duplicarse para 2100 a aproximadamente un centímetro por año, según investigaciones.
“El calentamiento oceánico, al igual que el aumento del nivel del mar, se ha convertido en un proceso ineludible”, señaló Melet. “Pero si reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero, reduciremos la tasa y la magnitud del daño, y ganaremos tiempo para la adaptación”.
El océano no solo almacena calor, también ha absorbido entre el 20 y el 30 % de todas las emisiones de dióxido de carbono de los humanos desde la década de 1980, según el IPCC, lo que provoca que las aguas se vuelvan más ácidas, lo cual debilita los corales y dificulta la calcificación de los mariscos, los esqueletos de crustáceos y ciertos tipos de plancton.
“Otro indicador clave es la concentración de oxígeno, importante para la vida marina”, dijo Melet. La pérdida de oxígeno se debe a varias causas, incluidas las relacionadas con el calentamiento del agua.
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