Alejandra Fenochio: Por una rendija, la calle se cuela en el museo

Como en el psicoanálisis, la sesión actúa en el paciente no solo mientras transcurre, sino también antes y después de entrar al consultorio. Para Alejandra Fenochio, con la pintura pasa lo mismo: “Pintar no es solo estar pintando, es un estado de observación constante; lo más importante de todo en el arte es la mirada”, rotula. Lo hace mientras recorre junto a Ñ su primera muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes, Ahora.
Allí pintó la calle y la noche, su vacío y desolación. A quienes viven, duermen, comen, orinan, piensan y miran a la luna ahí, magnetizados por su radiante y reflexivo misterio. Hay buscavidas, estrellas de póker con sonrisas pícaras y ojos bien argentos, que en medio del frío del centro le suscitan complicidad al espectador envueltos en sus mantas. Hay quienes perdieron un tren y la casa, quienes salen a cartonear con sus hijos, viejitas sentadas en finos colchones junto a sus perros en las veredas.
“Amores perros”, 2011. Acrílico sobre tela. 200 x 250 cm.
Alejandra elige pintar a la ciudad en ese momento del día, cuando la luz cae, con las dificultades que eso implica, e incluso tiene un taller que dicta por La Boca en el cual sale en grupo al acecho de esa misión. El frío y no ver del todo cuestan, pero le terminan dando otras posibilidades: inventar perspectivas artificiales que terminan mostrando más cosas.
Esta serie de telas se encuentra en el segundo piso del museo. En una sala oscura a propósito, en una puesta que hace que la luz enfoque de manera gradual y progresiva las penetrantes y tan humanas miradas. Se vuelven cada vez más nítidas y así también sus contextos, dejándonos apreciar, como si siempre hubieran estado ahí, pero ahora cobraran otra claridad, las escenas. Los ojos son lo primero que la artista hace cuando pinta, todo lo demás viene después y en función de ellos. Resulta imposible escapar de esos ojos, u observarlos con indiferencia, “provocan un obligado ida y vuelta”, acierta la curadora Ana Longoni.
“Matisto”, 2022. Acrílico sobre tela. 120 x 80 cm.
“¿Se puede abrir en el museo una rendija a la calle por donde entre no solo luz, sino también penumbra, ruidos, olores, incertidumbre, miedo, cuerpos, afectos, solidaridades, incluso fiesta? Hoy en las calles transita, trabaja, come (o busca qué comer), pernocta, vive cada vez más gente, y Alejandra Fenochio los conoce, sabe muchos de sus nombres y sus historias, sus pesares y sus risas”, soslaya la curadora.
Contrasta en las obras el color vivo de los cuerpos respecto de todo lo demás: los locales, la calle, el cielo y el movimiento terminan unificados en una gama de grises. Fenochio habla del “río entre la carne y el metal”, y cuando lo hace, casi sin darse cuenta de cuán poético resulta, señala un par de pequeños cuadros en blanco y negro que están en la antesala.
“Joan”, 2023. Acrílico sobre tela. 80 x 120 cm.
Pintados en el 2001, en uno hay un piquete donde autos y armas se están por enfrentar a los cuerpos. En el otro, una familia que revisa la basura. A veces se sitúa de manera ficticia junto a sus dos hijos y su pareja en esas escenas, bajo la leyenda Sagrada Familia. “Se aproxima tan cerca a quienes habitan en la calle que sabe que allí puede encontrar a los suyos”, dice Longoni.
Además de su trabajo social y comunitario en el barrio de La Boca, durante muchos años fue ilustradora en diarios, en contacto frecuente con imágenes de la realidad que llegaban para cada artículo. “La luz de los autos, en la calle, de noche, interrumpe la intimidad de quienes duermen y viven ahí”, dice. Y continúa Longoni: “Ante un paisaje que de tan cotidiano se torna invisible, indistinto, nebuloso, los retratos de Fenochio nos sacuden invocando esas presencias incómodas, tan fulgurantes como abismales”.
Antes de acá, algunas de las pinturas estuvieron en el Centro Educativo Isauro Arancibia, para personas en situación de calle y maternidades jóvenes. También, en el puente transbordador Nicolás Avellaneda, que une La Boca con la Isla Maciel. Las colgó en julio de 2023 ella misma ayudada por personas que trabajaban en el puente (antes de haber sido recientemente despedidos), ante los ojos asombrados de una familia que vive allí abajo.
Sin título n° 1. De la serie “Cartoneros”, 2002. Acrílico sobre tela. 18 x 31 cm.
Pensaba dejarlas ahí a lo sumo un mes, pero permanecieron casi dos años. Después de ese tiempo colgados precariamente, al alcance de la mano, sin aclimatación ni seguridad, volvieron intactos. “Quizá los movió para provocar un contacto eléctrico: para que quienes sí ven cuadros habitualmente, se topen con las personas que nunca ven”, esboza la curadora.
Las reacciones de la gente eran de abrazos y agradecimientos. Las quisieron y cuidaron, y preguntaron preocupadas por las obras cuando tuvieron que trasladarse al museo. Luego de la muestra, según cuentan la artista y la curadora, es muy probable que vuelvan a parar ahí.
Alejandra Fenochio
Fenochio nació en Munro y desde hace 30 años elige vivir en el extremo sur de la ciudad. Su taller es a la vez su dormitorio en un conventillo de La Boca a metros del Riachuelo. “Puede demorar en terminar una pintura hasta un año entero, retenida (nunca detenida) en esa historia que lentamente encuentra su forma”, sugiere Longoni. Los cuerpos que retrata son, según describió Marta Dillon, “genitales en reposo y sin más orgullo que un secreto que se devela en otras partes”.
Se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y estudió pintura con Yuyo Noé. En los años 80 y 90 participó del under porteño frecuentando los espacios donde, en el arte y la noche, se reinventaba la vida posdictadura. Retrató, entonces, a amigos y amigas actrices, bailarines, personajes de la escena alternativa de Buenos Aires que se refugiaban de una sociedad todavía cargada de prejuicios.
Más tarde colaboró en los proyectos de un León Ferrari que volvía del exilio, fue su principal asistente cuando aún ese término no se usaba, aunque ella considera que más que nada fue “su devota”. Lo conoció a fines de los 80 en el taller de Yuyo Noé, donde estudiaba, y donde se encontraba por entonces el famoso avión. “Imposible no ver el avión de León y preguntarle a Yuyo de qué se trataba. Un día apareció en una cena con su típica sonrisa, un magnetismo y humor tremendos”, recuerda.
Alejandra Fenochio
“León llegaba con la intención enorme de todo lo que después hizo. Era impresionante su fuerza, cómo investigaba y buscaba caminos para reafirmar su idea sobre lo que había sido la dictadura, sobre los males del mundo”.
En 2021, Fenochio obtuvo el Primer Premio en Pintura del Salón Nacional de Artes Visuales. Es además grabadora, muralista, ilustradora, investigadora, madre, cineasta, recolectora y cocinera, pero se identifica por sobre todo con retratista.
En sus pinturas se notan los sectores de increíble dedicación y en otros juega con un trazo más libre y relajado. En el encuentro con sus retratados, hasta ella está nerviosa. “Cuando los pintás no te dejan de mirar”, dice, pero más allá de todo siempre son sus amigos. Se comprometen con ella a estar por meses enteros ahí, “comen las tres comidas del día en casa”, dice riendo.
En la antesala también se exponen por primera vez las Naipas, una colección de cartas impresas que hizo para un artículo sobre misoginia en 2016. Se encontraba cuidando a su padre con Alzheimer, y ese formato y tamaño fueron los que encontró viables al carecer del espacio suficiente para pintar como habitúa. El juego resignifica de manera feminista a los clásicos naipes, con figuras femeninas en las cartas que, en sus poses, gestos y colores, reivindican el goce y el juego. Reemplazan al lenguaje bélico y medieval de las espadas, los bastos o el “envido”, por símbolos como “la comodina”.
Un guiño tan lindo como necesario para tiempos nueva y tristemente alineados al manifiesto que alguna vez postuló Simone de Beauvoir: “Bastará una crisis política, económica o religiosa, para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados, esos derechos nunca se dan por adquiridos”.
- Ahora - Alejandra Fenochio
- Lugar: MNBA, Av. del Libertador 1473
- Horario: mar. a vie. de 11 a 19.30; sáb. y dom. de 10 a 19.30.
- Fecha: hasta junio
- Entrada: contribución voluntaria
Clarin