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"El Eternauta": Bruno Stagnaro revela los secretos de nuestra entrañable nevada mortal

"El Eternauta": Bruno Stagnaro revela los secretos de nuestra entrañable nevada mortal

Uno de los grandes encantos de la historia de El Eternauta, piensa el cineasta Bruno Stagnaro, tiene que ver con “reconocernos a nosotros”, y por nosotros se refiere a los argentinos. Los personajes, las calles, los diálogos, los paisajes remiten a una identidad local narrada en un código aparentemente lejano a la tradición literaria nacional como es la ciencia ficción. En charla con Revista Ñ, Stagnaro, que leyó de chico el cómic escrito por Héctor Oesterheld e ilustrado por Francisco Solano López, confiesa que siempre deseó, anheló, ambicionó, por qué no, adaptar la historia publicada originalmente en 1957 en la revista Hora Cero. Se metió con una vaca sagrada porque el texto parecía inadaptable y porque ya habían existido algunos intentos infructuosos por hacerlo (trabado por el tironeo entre algunos herederos de los derechos). Sin embargo, acá está: los primeros seis capítulos de la serie El Eternauta, la gran novedad del año en el streaming, de la mano de Netflix (un gigante audiovisual que no tiene pruritos a la hora de adaptar relatos sacrosantos como Cien años de soledad o Pedro Páramo).

Nuevo hito en su carrera, a Stagnaro, porteño de 51 años, le tocó esta vez contar una Buenos Aires bien distinta a la que ya había expuesto en el film Pizza, birra, faso, su ópera prima de 1998 junto a Adrián Caetano, o en la serie Okupas. En ambos casos, representó una marginalidad que lo ubicó en un estilo del llamado “realismo sucio” dentro de las nuevas narrativas cinematográficas argentinas. La marginalidad de El Eternauta no es tal, porque viene de otro borde, pero la historia ha servido siempre desde su publicación y hasta la actualidad como “metáfora de época”, sea cual sea la época. Y sí, también funciona estos días.

El cineasta Bruno Stagnaro. Foto: Sebastián Arpesella/NetflixEl cineasta Bruno Stagnaro. Foto: Sebastián Arpesella/Netflix

–Es inevitable buscar similitudes y diferencias. ¿Cómo trabajaste la adaptación?

–Tenía un recuerdo muy cercano de El Eternauta, porque fue una lectura que disfruté mucho. Cuando volví a leerlo con ojos de “cómo adaptarlo”, empecé a encontrar ciertas cosas que complejizan la adaptación. Siempre cuento que para mí influye mucho el hecho de que salió inicialmente como tira semanal de tres páginas y eso hizo que el relato tuviera cierta dinámica, cierta estructura que necesita que cada tres páginas ocurra algo que sostenga el interés. Funcionaba bien dentro de ese lenguaje, pero después, cuando se lo trasladaba a algo más largo, mi sensación era que empezaba a tornarse un poco mecanicista. Tenía la intención de mantener el clima y el corazón de la historia, pero sacrificando ciertas cosas que sentíamos que en la traslación iban a ser complicadas para el espectador de hoy. Sumado a que mucho del encanto de El Eternauta tiene que ver con el reconocernos nosotros, las calles, la identidad, la sensación de que estás leyendo algo en un código completamente ajeno a nosotros, como la ciencia ficción, con un lenguaje cercano.

–¿Es la gran historia de ciencia ficción argentina?

–Entiendo que sí. Seguro es lo más conocido. El personaje es absolutamente icónico. Hay algo en el porqué está tan arraigada en la cultura argentina, además de su impacto inicial y cómo eso se entronca con nuestra propia historia, que la torna una pieza única.

Nevada mortal en "El Eternauta". Foto: Marcos Ludevid/NetflixNevada mortal en "El Eternauta". Foto: Marcos Ludevid/Netflix

–¿Es un relato que metafórica o simbólicamente funciona en cualquier época, incluso ahora?

–Lo más interesante que tiene, precisamente, es la multiplicidad de lecturas que propone. No estoy tan de acuerdo con esa pulsión de intentar guiar a una lectura única, porque siento que, independientemente de cuestiones ideológicas, se achica la experiencia del lector, y se van perdiendo capas de interpretación.

–Eso es bastante típico de la ciencia ficción. Me parece que son historias que transcurren en mundos muy diferentes al nuestro. Pero de algún modo siempre terminan hablando de la realidad en la que ocurren. Y por supuesto que en ese punto siento que de un modo muy azaroso, porque pasó un montón de tiempo desde su publicación, termina cayendo en un momento en que eso es una lectura posible, válida y necesaria.

–¿Por qué adaptarlo al presente?

–Fuimos tomando un montón de decisiones. Un factor muy importante que tenía la obra en el momento en que se escribió era precisamente esa cercanía con el espacio en el que transcurría. Más allá de las dificultades técnicas adicionales que implicaba llevarlo al tiempo pasado, hay algo de esa ciudad que ya no existe más. Esa cosa de dialogar con tu propia ciudad y sentir que esa invasión ocurre en la esquina de tu barrio... sentimos que si lo manteníamos en ese tiempo, iba a diluirse un poco y pasaba a ser una historia que por supuesto está buenísima, pero era una historia de invasión en una ciudad que ya dejó de ser la nuestra. Humildemente, me empezó a ocurrir cuando lo leí que comencé a sentir que había algunas contradicciones internas entre el planteo conceptual y cómo transcurría la historia. Otra decisión fue que Salvo tenga que salir a buscar a la hija, que en el cómic no sucede. Pero sentimos que, dentro de esta idea de “el héroe colectivo” y “nadie se salva solo”, de algún modo en la familia del protagonista podíamos ver la inmensidad de la tragedia que lo rodea. Sea como sea, es una historia donde básicamente muere un montón de gente.

Backstage de "El Eternauta". Foto: Sebastián Arpesella/Netflix Backstage de "El Eternauta". Foto: Sebastián Arpesella/Netflix

–En la original, mueren casi todos.

–Y sin embargo, en el desarrollo de la historia, Salvo y su familia son una célula que se mantiene indemne casi hasta el final. En un punto, ahí había una especie de coronita narrativa que nos pareció interesante cuestionar, como para hacer que la tragedia también lo muerda en lo más íntimo, sumado a otros temas no menores pero de índole más técnica. En la lectura del cómic, uno se va creyendo todo porque el lenguaje es más flexible, pide menos verosimilitud. Pero me empezó a pasar que me cuestionaba por qué Salvo sale tan rápido a buscar recursos en una ciudad que está llena de recursos. Desde el espectador de hoy, me empezó a hacer ruido la verosimilitud de esa urgencia y sentí la necesidad de construir un verosímil más real. Desde mi punto de vista, de tener que adaptarlo ya no como el lector fascinado, hubo un montón de factores que me empezaron a hacer ruido, de cómo sostener algo a lo largo del relato, cómo hacer que ese verosímil no empiece a crujir o no empiece a tener conflictos internos.

–También te salva lo analógico en algún punto, ¿no?

–Eso forma parte de un planteo de la adaptación al traerlo al tiempo presente. Si bien yo sentía que esta era una decisión correcta para recuperar esta sensación de que el espectador conviva con los ámbitos de la historia, algo que me parecía malo era tener que convivir con la tecnología del presente. Entonces, encontramos este artilugio narrativo para que, de algún modo, los artefactos de la época en que sucedió El Eternauta original vinieran a la historia y de algún modo, el paisaje que se empieza a construir remita bastante a esa atmósfera de los 50.

–Más allá de la historia, un gran actante de esta narración son los escenarios, los paisajes urbanos apocalípticos, el clima, el color.

–Son fundamentales, tanto la presencia de la ciudad y reconocer esos espacios como las publicidades y las cosas que están escritas en las paredes. Traté de poner mucho énfasis en eso, con cierta dificultad por lo que implica tener que sostener la publicidad que se ve. Es un arma de doble filo, porque a nivel legal es una batalla lograr sostener la publicidad y después, cuando finalmente lo lográs, todo el mundo empieza a pensar que fueron chivos. Es medio ingrato, pero al mismo tiempo la publicidad forma parte del momento en que lo consumimos. Dejar eso encapsulado dentro de la historia me parecía que estaba bueno. Pero todo el tiempo hay un juego con las publicidades gráficas que van quedando. Me acuerdo una de Cinzano en Puente Pacífico. Me acuerdo de un grafiti de Frondizi en una pared. Fue una intención deliberada de ellos encapsular esa ciudad dentro del relato y me imagino que debe de haber sido muy loco para la gente de esa época. La coincidencia entre ver esas publicidades y esos carteles y ver el relato y pasar por la calle y ver ahí el mismo grafiti.

Escenarios distópicos en "El Eternauta". Foto: Marcos Ludevid/NetflixEscenarios distópicos en "El Eternauta". Foto: Marcos Ludevid/Netflix

El Eternauta es bien distinta en tu producción audiovisual.

–Es distinta, pero siempre me interesó el registro medio apocalíptico. Y obviamente también el registro de la ciudad como protagonista. De hecho, para mí hacer El Eternauta era un sueño muy arraigado en mi prehistoria, diría en mi infancia. Después de hacer Okupas, tuve un proyecto de una historia distópica en Buenos Aires. Pero no sucedió. Entonces, si bien puede parecer algo raro, la verdad es que siempre estuve un poco merodeando esta zona de narrativa.

–¿Pensás que motivará la lectura del original en los más jóvenes?

–Creo que sí, porque me parece que El Eternauta es una cosa muy conocida, pero muy poco leída. Incluso dentro de gente que me critica, veo que no lo leyeron. Estamos en un momento en que hablar es muy sencillo, pero llevarlo a cabo no fue tan sencillo.

Clarin

Clarin

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