Teoría y captura de la escena cumbre

La idea de encontrarle a una película la escena preferida es una gimnasia agradable que no requiere gran entrenamiento ni esfuerzo, basta con lo que haya en nuestro depósito de memoria y arrogarse el derecho de elección. Como es natural, esa escena o momento predilecto de una película no tiene (en realidad, no suele) por qué coincidir con la gran escena cumbre de esa película, sino que sólo es 'mi momento', el instante que me unió a esa película tal vez para siempre y el que primero me vendrá a la cabeza cada vez que pienso en ella.
Otro deporte distinto, aunque muy íntimamente relacionado, es la reflexión, la búsqueda y la extracción, como si se tratara de una perla en el claustro de una ostra, de la escena clave de una película, la que contiene su alma y en la que han vertido todo su talento el guionista, el director, sus técnicos y actores. No es fácil encontrar ese momento clave, supremo, vitalicio, y menos aún en las grandes obras llenas de grandes secuencias, situaciones y frases inolvidables e instantes irrepetibles. Películas que son un Himalaya de momentos y en él hay que percibir cuál es su Everest. Ya saben, títulos como 'Casablanca', 'Ciudadano Kane', 'El hombre tranquilo', 'Manhattan', 'Tener y no tener', 'Plácido'…
No es cosa fácil, en efecto, pero aún lo es mucho menos el encontrar 'eso' en la propia vida. Cualquiera que le dedique unos minutos o unas horas a detectar cuál es el momento cumbre de su vida, el instante clave de lo que lleva recorrido, probablemente se quedará desconcertado entre un magma de recuerdos y sentimientos en el que pugnan éxitos, nostalgias, benditos o malditos azares y alguna fecha con latido propio. Todos sabemos qué es lo importante de nuestra vida, como también sabemos lo importante que es 'Ciudadano Kane' o 'En un lugar solitario', la obra maestra de Nicholas Ray, pero quién es capaz de coger un alfiler y atrapar el bígaro.
De la propia vida, reconozco la feliz imposibilidad de no sacar menos de un buen puñado de bígaros, pero de 'En un lugar solitario' sí atrapo el momento cumbre, el instante que se me aparece según estoy diciendo el título de la película, y es ese segundo mágico, ese cruce misterioso en el que encuentran sus miradas Humphrey Bogart y Gloria Graham en el patio español donde tienen sus apartamentos; no se conocen, apenas se paran y reparan, solo se advierten… pero ahí está el alma de la historia.
Y aún se pueden afilar más las pinzas para extraer el gran momento no de una película sino de toda una filmografía, la de un cineasta además complejísimo y sutil como Kieslowski, cuya obra es naturalmente otro Himalaya. En dos breves instantes, en su 'Decálogo 2' y en 'Azul', se halla la simiente de su cine en tu corazón.
El 'Decálogo 2' trata, como toda su obra, de un gran dilema moral: un hombre espera la muerte en una cama de hospital, su mujer está embarazada de otro hombre al que ama (también) y le pide al médico alguna certeza sobre la muerte o no de su marido, porque, de no morir, renunciaría a tener ese hijo que espera; todo está explicado con enorme sutileza y sentimiento, y el médico le asegura que nada se puede hacer ante ese cáncer ya muy extendido. La escena cumbre, clave, transcurre junto a la cama del moribundo, en cuya mesita hay un vaso lleno y una cucharilla, y agarrada desesperadamente a esa cucharilla está una mosca que intenta con gran esfuerzo salir de allí, lucha, forcejea, la música de Preisner te cala hasta los huesos… ¿Cómo olvidarse ya nunca de eso que te inocula Kieslowski sobre tomar en vano a la Ciencia o sobre el segundo Mandamiento?
En 'Azul' es un momento de piel, el rayo de sol que juega en el rostro de Juliette Binoche, una mujer vacía tras la muerte en accidente de su marido y su hijo, la flauta serenísima otra vez (siempre) de Preisner y la sensación casi placentera de que aún hay un día por vivir.
Y casi tan complicado como sacarle ese 'momento Rosebud' a una vida, resulta elegirlo en una obra tan enorme como la del cineasta japonés Yasujiro Ozu, en la que todo es océano y todo es orilla. Pero hay una idea sobrecogedora que encierra en su interior otra idea majestuosa que a la vez contiene dentro el esbozo sencillo de la nobleza del tiempo y su pasar. Está en 'Primavera tardía', en la que una joven (Setsuko Hara) cuida de su padre viudo (Chishu Ryu), y duda entre atender a su necesidad de matrimonio o seguir la vida junto a su anciano padre, que la anima a casarse y a formar su propia familia; ella le da amorosas razones para quedarse junto a él, y él le expone tranquilos argumentos para lo contrario… y le añade la mentira humedecida de que tiene también intención de casarse, y el final, puro Ozu, de cámara cálida, a baja altura y amarga lo recoge en su vuelta a la soledad de la casa, sentado en una hamaca y con una manzana que monda despacio mientras bate un suave oleaje en la orilla que lo espera.
El momento cumbre entre padre e hijo en 'Call me by your name', los tres o cuatro motivos que le da el maduro escritor Blas Otamendi a su joven enamorada para desleír los inconvenientes de su relación en 'Historia de un beso', o la escena impresionante, abrumadora, de la niña Sofía Otero para cuidar y ser cuidada por su madre en 'Cuatro paredes', de Ibon Cormezana y de próximo estreno, son también un paradigma entre miles de esos instantes con los que el cine te entrena para encontrar la perla, o el bígaro, de ti mismo y tus circunstancias.
abc