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Sí, el antisemitismo está vivito y coleando... pero ¿dónde?

Sí, el antisemitismo está vivito y coleando... pero ¿dónde?

Nos encontramos en medio de una ofensiva sionista global entre cuyas víctimas se cuentan muchos judíos críticos con la política israelí. Uno de ellos es el llamado "propagandista de Hamás", Gideon Levy, quien escribió en Haaretz el 8 de diciembre: "Las leyes que tachan de antisemitismo al antisionismo y de antisemita al movimiento contra la ocupación se aprueban por abrumadora mayoría. Ahora le hacen el juego a Israel y a la clase dirigente judía, pero corren el riesgo de dar pábulo al antisemitismo cuando surjan preguntas sobre el alcance de su injerencia".

Considero a Levy un auténtico "patriota israelí", como él mismo se definió una vez. Predice con acierto que tachar automáticamente de antisemita cualquier crítica de la política israelí dará lugar a una nueva oleada de antisemitismo. ¿Cómo? Para cimentar su política sionista, el Estado de Israel está cometiendo un error catastrófico: ha decidido restar importancia al llamado "viejo" antisemitismo (el europeo tradicional) y centrarse en el antisemitismo "nuevo" y supuestamente "progresista" que, según él, se disfraza de crítica al sionismo. En esta línea, Bernard-Henri Lévy, en su The Left in Dark Times, de 2008 (versión inglesa de Ce grand cadavre à la renverse) afirmaba que el antisemitismo del siglo XXI será "progresista" o no será. Llevada hasta el final, esta tesis nos obliga a dar la vuelta a la vieja interpretación marxista del antisemitismo como un anticapitalismo confundido o desplazado (en el que, en lugar de culpar al sistema capitalista, nuestra rabia se centra en un grupo étnico específico acusado de corromper el sistema). Para Lévy y sus partidarios, el anticapitalismo actual es una forma disfrazada de antisemitismo.

Lo que me parece especialmente preocupante es la forma en que los conservadores cristianos de Estados Unidos combinan una tenaz postura procapitalista con un recién descubierto amor por Israel. ¿Cómo pueden estos fundamentalistas cristianos, que son antisemitas por naturaleza, apoyar ahora apasionadamente la política sionista del Estado de Israel? Solo hay una respuesta a este enigma: no es que los fundamentalistas cristianos hayan cambiado, es que el propio sionismo, con su odio a los judíos que no se identifican plenamente con la política del Estado de Israel, se ha convertido paradójicamente en antisemita.

Esto es lo que Rudy Giuliani dijo recientemente contra George Soros: "No me digan que soy antisemita si me opongo a él. Soros no es judío. Yo soy más judío que Soros. Probablemente sé más sobre el judaísmo que él... No va a la iglesia, no va... a la sinagoga. No pertenece a ninguna sinagoga, no apoya a Israel, es enemigo de Israel. En Estados Unidos ha elegido a ocho fiscales de distrito anarquistas. Es un ser humano horrible".

placeholder Cubierta de 'El cielo en desorden', el nuevo libro de Slavoj Žižek.
Cubierta de 'El cielo en desorden', el nuevo libro de Slavoj Žižek.

En una muestra parecida de antisemitismo latente que sustenta una postura prosionista, Trump, al hablar ante el Consejo Americano Israelí en diciembre de 2019, utilizó estereotipos antisemitas para caracterizar a los judíos: dijo que estaban movidos por el dinero y no eran lo bastante leales a Israel. El título del reportaje de Vanity Fair lo dice todo: "Trump se vuelve antisemita en una sala llena de judíos". Según el reportaje, Trump comenzó invocando una vez más el viejo cliché de la "doble lealtad", afirmando que hay judíos que "no aman a Israel lo suficiente". En cuanto hubo calentado motores, despegó con el estereotipo de los judíos y el dinero, afirmando ante los presentes: "Muchos de ustedes están en el negocio inmobiliario, porque los conozco muy bien. Son tiburones, de ninguna manera les calificaría de buenas personas", dijo. "Pero tienen que votarme, no tienen elección. No van a votar por Pocahontas, se lo aseguro. No votarán a favor del impuesto sobre la riqueza. ¡Sí, quitémosles el cien por cien de su riqueza!". Y continuó: "A algunos de ustedes no les caigo bien. Y la verdad, algunos de ustedes no me caen nada bien. Y van a ser mis mayores partidarios, porque si consiguen aprobar esa ley, en quince minutos perderán todo lo que tienen. Así que no tengo que dedicar mucho tiempo a hablar con ustedes.

Uno siente casi vergüenza al leer tales declaraciones. No necesitamos ninguna compleja "crítica de la ideología", pues lo que debería haber quedado implícito se manifiesta abiertamente. El argumento no puede ser más claro: sois judíos y, como tales, solo os importa el dinero, y como os importa más vuestro dinero que vuestro país, aunque yo no os caiga bien ni vosotros a mí, tendréis que votarme si queréis proteger vuestro dinero... El enigma es: ¿por qué muchos sionistas responden positivamente al mensaje de Trump? Una vez más, solo hay una respuesta coherente: porque el propio sionismo es en cierto sentido antisemita.

Sobre el autor y el libro

Provocador, paradójico, perspicaz y lenguaraz, Slavoj Žižek (Liubliana, 1949) es filósofo, sociólogo, psicoanalista lacaniano, teórico cultural, activista político y uno de los ensayistas más prestigiosos y leídos de la actualidad, autor de más de cuarenta libros de filosofía, cine, psicoanálisis, materialismo dialéctico y crítica de la ideología.

En El cielo en desorden (Anagrama Argumentos) traza, a través de treinta y seis piezas breves y contundentes, un recorrido por nuestro convulso presente: Trump, China, Oriente Medio, los indicios de una nueva Guerra Fría, el calentamiento global, la pandemia, las migraciones y los refugiados, el aumento de los antagonismos sociales en todo el mundo, el capitalismo corporativo neofeudal… Y frente a los optimistas racionales, que aseguran que tampoco estamos tan mal como lo pintan, y los profetas del apocalipsis, que proclaman que ya es demasiado tarde y nada podemos hacer por salvar el mundo, Žižek nos advierte de que son las dos caras de una misma moneda, porque ambos llaman a la inacción. Frente a ellos, propone tomar decisiones y aboga por un nuevo comunismo.

Israel practica aquí un juego peligroso. Hace algún tiempo, Fox News, la principal voz de la derecha radical estadounidense y acérrima partidaria del expansionismo israelí, tuvo que despedir a su presentador más popular, Glen Beck, cuyos comentarios se estaban volviendo abiertamente antisemitas. Cuando en 2019 Trump firmó la polémica orden ejecutiva sobre el antisemitismo en la fiesta de Janucá en la Casa Blanca, asistió al acto John Hagee, fundador y presidente nacional de la organización cristiana sionista Cristianos Unidos por Israel. Además de seguir el típico ideario cristiano conservador (Hagee ve el Protocolo de Kioto como una conspiración para manipular la economía de Estados Unidos; en su bestseller Jerusalem Countdown, el anticristo es el jefe de la Unión Europea), Hagee ha hecho declaraciones abiertamente antisemitas: ha culpado del Holocausto a los propios judíos; ha afirmado que la persecución ordenada por Hitler fue un "plan divino" para llevar a los judíos a crear el Estado moderno de Israel; llama a los judíos liberales "ponzoñosos" y "espiritualmente ciegos"; admite que un ataque nuclear preventivo contra Irán – que él apoya– provocará la muerte de la mayoría de los judíos de Israel. (Como curiosidad, afirma en Jerusalem Countdown que Hitler nació de una estirpe de "judíos mestizos, asesinos, genocidas y malditos".) Con amigos como este, Israel no necesita enemigos.

Aunque la lucha entre los sionistas de la línea dura y los judíos abiertos a un verdadero diálogo con los palestinos es crucial, no debemos olvidar el trasfondo de esta lucha: los palestinos de Cisjordania se ven expuestos a un terror administrativo y físico diario (cosechas quemadas, pozos envenenados), y son manipulados por los regímenes árabes que los rodean... Aunque el verdadero conflicto no es el que enfrenta a "judíos" y "árabes", tampoco se trata de una especie de psicodrama colectivo entre judíos divididos en el que los palestinos son solo una voz de fondo. No hay salida sin una auténtica voz palestina.

Cómo matar la idea de Trump

El 23 de noviembre de 2020, Donald Trump aceptó iniciar el periodo de transición para abandonar el poder presidencial, pero la forma en que se anunció su aceptación dice mucho de él. Fue después de que la Administración de Servicios Generales declarara a Joe Biden "ganador aparente" de las elecciones estadounidenses, lo que permitió que comenzara el relevo formal de la administración de Trump. Emily Murphy, directora de la ASG, declaró en una carta al presidente electo que había tomado esa decisión de forma "independiente", sin recibir presiones del poder ejecutivo. (Nótese la referencia a Biden como ganador "aparente" de las elecciones: si lo contrario de la apariencia es la esencia, este calificativo implica que "esencialmente" ganó Trump, sea cual sea el resultado final del recuento.) Sin embargo, minutos después de que se informara del contenido de la carta de Murphy, Trump tuiteó que le había dado permiso a Murphy para enviarla, aunque prometió que seguiría impugnando su derrota electoral; de hecho, su equipo de campaña seguiría alentando a sus partidarios a que colaboraran para recaudar fondos en un último intento de darle la vuelta al resultado electoral. Así que Trump aceptó la transición sin asumir la derrota, permitiendo actos realizados independientemente de su voluntad... Es una contradicción viviente: la culminación del ironista posmoderno que se presenta a sí mismo como guardián de los valores cristianos tradicionales; la culminación del destructor de la ley y el orden que se presenta como su salvaguardia incondicional.

Una tensión similar se encuentra en cómo Trump se relaciona con la extrema derecha, y específicamente en cómo busca distanciarse formalmente de sus aspectos más problemáticos, al tiempo que alaba su actitud patriótica general. Esta distancia es, por supuesto, vacía, un recurso puramente retórico. Aunque condena débilmente los peores aspectos de grupos como los Proud Boys (diciéndoles que den "un paso atrás"), al mismo tiempo deja claro que espera que actúen (se mantengan "a la expectativa") de acuerdo con los llamamientos implícitos a la violencia de sus discursos.

Foto: Reparto de comida a personas necesitadas en Valencia (EFE) Opinión

La respuesta de Trump a los Proud Boys es solo una ilustración de que sus "excesos" deben tomarse en serio. En una insólita aparición para apoyar a su marido en la campaña electoral de 2020, Melania Trump denunció la "agenda socialista" de Biden, pero ¿qué pasa con Kamala Harris, que suele percibirse como más a la izquierda que el extremadamente moderado Biden? El marido de Melania fue claro al respecto: "Es comunista. No es socialista. Es mucho más que una socialista. Quiere abrir las fronteras para permitir que asesinos y violadores entren en nuestro país". (Por cierto, ¿desde cuándo son las fronteras abiertas una característica del comunismo?) Biden reaccionó inmediatamente: "No he dicho una sola sílaba que pueda llevar a creer que yo sea socialista o comunista". Es cierto, pero esta refutación pasa por alto algo esencial. Tachar a Biden y Harris de socialistas/comunistas no es simplemente una exageración retórica: Trump no solo está diciendo algo que sabe que es falso. Más bien, las "exageraciones" de Trump nos presentan un caso ejemplar de lo que deberíamos llamar realismo de las ideas: la idea de que las ideas no son solo nombres, sino que estructuran el espacio político y, como tales, tienen efectos reales. El "mapa cognitivo" de Trump del espacio político es una inversión casi simétrica del mapa estalinista, en el que todo aquel que se opone al partido forma parte de un complot fascista. De manera parecida, desde el punto de vista de Trump, el centro liberal está desapareciendo – o, como dijo su amigo Viktor Orbán, los liberales no son más que comunistas con carrera–, lo que significa que solo hay dos auténticos polos, los nacionalistas populistas y los comunistas.

En serbio hay una expresión maravillosa: "Ne bije al’ ubija u pojam" ("No lo vence, pero lo mata en la idea-concepto"). Se refiere a alguien que, en lugar de destruirte con la violencia directa, te bombardea con actos que minan tu autoestima para que acabes humillado, privado de la esencia misma "idea") de tu ser. "Matar en la idea" describe lo contrario de la destrucción real (de tu realidad empírica), en la que tu "idea" sobrevive de forma elevada (por ejemplo, matar a un enemigo de manera que sobreviva en la mente de miles de personas como un héroe). Así es como deberíamos proceder con el nazismo: no debemos limitarnos a destruir a Hitler (para deshacernos de sus "excesos" y salvar el núcleo sano de su proyecto), sino matar su idea. Y lo mismo ocurre con Trump y su legado. Lo que hemos de hacer no es solo derrotarle (abriendo la posibilidad de que vuelva en 2024), sino "matar su idea", hacerlo visible en toda su inutilidad, vanidad e incoherencia, y también (y esta es la parte crucial) preguntarnos cómo una persona tan despreciable pudo llegar a ser presidente de Estados Unidos. Como habría dicho Hegel, matar la idea de Trump significa llevarlo a su idea, es decir, permitir que se destruya a sí mismo simplemente haciéndole aparecer como lo que es.

El Confidencial

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