La vejez resistente

Fenómeno sintomático en Argentina. A partir de una escena de la serie El eternauta (adaptación de la novela gráfica de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, publicada como historieta en 1957), una frase pronunciada por uno de sus personajes ha adquirido una inesperada trascendencia social, cultural, política y filosófica. Situemos la escena de este clásico de la ciencia ficción: después de una nevada tóxica y apocalíptica, Buenos Aires sufre una invasión alienígena. El protagonista (interpretado en la serie por Ricardo Darín), protegido por una especie de escafandra anticontagio, intenta sobrevivir y salvar a su familia en un mundo salvaje y en el que no funciona casi nada. En la escena, uno de los supervivientes logra poner en marcha su coche viejo y cuando Darín le pregunta cómo se las ha apañado, responde con un orgullo revolucionario: “Lo viejo funciona, Juan”.

Un fotograma de “El eternauta”: una nieve tóxica en verano hace que no haya electricidad ni funcionen las baterías.
Marcos Ludevid / NetflixPocas horas después de estrenarse la serie (en Netflix) , la frase se convirtió en una consigna que ha inspirado miles de comentarios en las redes y de reflexiones en la prensa clásica. La periodista especializada en vejez Cecilia Lorenzo, por ejemplo, titulaba su artículo “Lo viejo funciona, Juan: vejez, memoria y resistencia” . La ilustración del artículo era explícita: la fotografía de uno de los participantes en las manifestaciones contra la política de jubilaciones del gobierno de Javier Milei (que acabaron con violentas cargas policiales), que, con una expresión de intensa dignidad, mostraba un cartel hecho a mano en el que se leía: “Lo viejo funciona, Milei, hjd”.
Mantener el vínculo con objetos y personas “de toda la vida” es cada vez más difícilSegún Lorenzo, la frase emerge en un momento en el que impera lo que define como “cultura del descarte”. Se trata de un darwinismo que impone una obsolescencia cruel, tanto para los objetos como para las personas. La reivindicación de la vejez, en cambio, acaba siendo una forma simbólica de subversión porque subraya el valor de la experiencia y la resistencia. Contra el papanatismo de los que abrazan gregariamente la arbitrariedad tecnológica, equipara el paso del tiempo y la experiencia a la condición de superviviente.
En una dimensión menos filosófica y más doméstica, a menudo observamos cómo mantener el vínculo con objetos y personas “de toda la vida” es cada vez más difícil. En el caso de los coches, resulta evidente. La coartada medioambiental ha permitido que, impunemente, se eliminen de la circulación vehículos que funcionaban perfectamente y a los que se ha condenado con la acusación de emitir gases tóxicos.
Lee tambiénEn el ámbito de la telefonía, los modelos duran cada vez menos y se procura que los supervivientes más viejos acaben aislados por brechas tecnológicas de todo tipo. Y lo más triste es que a menudo no nos mantenemos fieles a determinados objetos y actitudes por nostalgia o romanticismo militante sino porque la experiencia nos confirma que la novedad no siempre funciona.
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