Javier Aranda Luna: Los murmullos de Rulfo

Javier Aranda Luna
S
iempre le llamó la atención la luna, y especialmente la salida de la luna en las tierras del Bajío. Una luna grande, roja, que parece estática en las inmensas planicies y crece, nunca se borra. Es como si fuera una especie de horizonte
. Por eso aquel hombre que recoge a su hijo herido para llevarlo a otro pueblo se encuentra con ella, enorme, alumbrándole el camino en el cuento ¿No oyes ladrar los perros?
Esos paisajes devastados por la sequía y la guerra cristera nunca abandonaron a Juan Rulfo. Se encuentran presentes desde los primeros cuentos que publicó en la insólita revista Pan de Guadalajara, Jalisco, de la que se tiraban cien ejemplares y dirigían Antonio Alatorre y Juan José Arreola.
El regreso de Rulfo a su pueblo 30 años después de haberlo abandonado le desenredó la idea que le había dado vueltas en la cabeza largo tiempo y se le había enlanado
. Encontró un pueblo fantasma, deshabitado, con calles llenas de casuarinas que, de noche, con el fuerte viento que corre al pie de la Sierra Madre, mugen, aúllan
, son como murmullos
. Fue entones cuando comprendió la soledad de Comala y el meollo de su novela: el regreso.
No fue sencilla su infancia. En los años de la guerra cristera fue asesinado su padre, tenía seis años de edad, y al morir su madre poco después fue internado en un orfanato. Estudió contabilidad, quiso estudiar leyes, pero no pasó el examen y terminó trabajando en Gobernación, en el área de archivos, luego en Migración y después se fue a la llantera Goodrich-Euzkadi. Más adelante trabajó en la Comisión del Papaloapan y finalmente en el Instituto Nacional Indigenista.
Inoculado por la escritura, trabajó en una novela de más de mil páginas que llamó El hijo del desconsuelo, pero terminó destruyéndola porque “estaba llena de retórica, de ínfulas académicas sin ningun atractivo más que el esteticado y el declamatorio…. Creo que me estaba llenando de retórica por andar en la burocracia… entonces ejercitándome para liberarme de ese lenguaje retórico, un poco ampuloso, hasta garrafal, escribí en forma más simple, con personajes más sencillos… Claro que fui a dar al otro lado”.
Terminó escribiendo Pedro Páramo, una de las pocas obras maestras de la literatura latinoamericana
, según Octavio Paz; una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura, a decir de Borges, pero más que sólo una obra maestra, en opinión de Susan Sontag, Pedro Páramo se convirtió en uno de los libros más influyentes de este mismo siglo
. Que lo diga Galeano.
En 1955, año de la publicación de Pedro Páramo, la población rural en México era de aproximadamente 33.4 millones de habitantes, 52.2 por ciento de la población total. El proceso de urbanización ya estaba en marcha en la Ciudad de México y el nacimiento de Disneyland en Anaheim, California, consolidaba el hoy menguante sueño americano. También es el año de la muerte de Einstein y el primero en el que sufragaron las mujeres en nuestro país. Un mundo en apariencia muy diferente al que nos mostraba Rulfo. En apariencia porque en su novela están presentes los mitos fundacionales del mundo rural mexicano como el sentido de la culpa, la condenación, la soledad, la búsqueda del padre, el rencor vivo, la soledad, caudillos y sombras más que personas. Mitos que lejos de extinguirse pasaron del campo a la ciudad. La búsqueda del padre no ha cesado y la peste de la soledad no se detiene.
Con esta historia de pesadilla, donde los fantasmas cuentan cómo fue la vida, Juan Rulfo marcó un antes y un después de la literatura, un después que, con miles de libros publicados, no ha podido superarlo. Yo por lo pronto no me canso de recordar esa aparición que vislumbré desde la primera lectura de la novela: una aparición suave, restregada de luna, de boca abullonada, humedecida, iridisada de estrellas: un cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Susana, Susana San Juan.
jornada