Francisco de Asís, el rey considerado afeminado e impotente que se casó porque tenía que hacerlo
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Paquito llegó el 16 de marzo a París, donde recibió la visita de su sobrino Valcarlos, que iba a solicitarle la mano de Isabel Girgenti: lo despachó muy secamente diciéndole que el asunto era competencia exclusiva de su hija de y de nadie más. Aquel despropósito no prosperó, pero no se consiguió acallar los rumores de ciertas tratativas, igualmente fallidas, de casar a la infanta con uno de los archiduques de Toscana (Luis Salvador o Juan Salvador),
Semejantes conductas facilitaban que los Riánsares, que de forma lógica apoyaban a la reina, mostrasen un gran respeto por el rey, en quien percibían mayor coherencia y mayor sensatez, como bien se aprecia en su correspondencia de esos meses. A diferencia de Isabel, Paquito llevaba una vida sobria y sencilla. El palacio de Castilla se había convertido en uno de los centros de la mundana vida social parisina: por allí menudeaban Güell, Ignacy Gurowski, varios Borbones de las Dos Sicilias, la princesa-duquesa de Bauffremont-Courtenay —hija de Luisita Sessa—, muchos grandes nombres de la nobleza francesa —como los duques de la Rochefoucauld— y hasta un cierto conde de Blanc, que afirmaba ser nieto de Fernando VII y de su primera esposa María Antonia de Nápoles.
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Desde el encuentro casual del rey con los Montpensier, el duque mostraba un marcado interés en verlo y hablar con él, cosa a la que este dijo avenirse siempre que no se hablase de política o de la fusión familiar: "No quiero yo estar ligado ni quedar ligado a Montpensier, por mi aprobacion “esplicita” de lo que hace y de lo que hoy se trata, pues no quiero cerrar mi puerta a nuevas combinaciones que pudieran convenirnos". Además, su aversión hacia Isabel continuaba siendo tal que no quiso sumarse a su plan de ir juntos a Viena para visitar a Alfonso. Una actitud obstinada que complicaba las cosas, dado que la reconciliación del matrimonio era la condición esencial requerida por Montpensier y aquello obstaculizaba todo posible acuerdo. No obstante, el duque marchó a Viena a visitar a Alfonso, para entonces ya enamoriscado de Elena Sanz, que había llegado a la ciudad en la compañía lírica italiana de la diva Adelina Patti y el tenor Ernesto Nicolini.
En esas, el 21 de abril, los carlistas se levantaban en España contra Amadeo y contra el Gobierno y comenzaba la tercera guerra carlista. Un alzamiento que movilizó a ciertos miembros de la familia como Francisco de Paula, el segundo hijo del difunto Enrique, que anunció su marcha a España para servir en el ejército regular uniéndose a sus primos Fernando y Augusto Gurowski.
El 21 de abril, los carlistas se levantaban en España contra Amadeo y contra el Gobierno y comenzaba la tercera guerra carlista
La coyuntura era muy preocupante y, en París, Isabel se veía forzada a hacer algunas economías en medio de las peticiones de ayuda monetaria que le llegaban de todas partes. Tuvo que reducir a Pepita su pensión de 2000 francos a tan solo, porque ella y Paquito hubieron de asumir la obligación de acudir en auxilio de Isabel Gurowska y también de Luisa Sessa, cuya hacienda ya estaba muy mermada desde que había asumido la administración de los bienes de la casa de Altamira; por añadidura, Pepita se había decidido a escribir al prefecto de la Policía de París para denunciar a Güell, asegurando que, cuando él pasaba ocasionalmente por su casa del boulevard de Malesherbes, la sometía a malos tratos. Hasta el duque de Sevilla se personó para pedir dinero en casa de su tío el rey, que dio orden a Meneses de no recibirlo, ante lo que le espetó, retador, a este: "Diga V. a mi tío que, ya que no me recibe, tenga entendido que yo soy como mi padre, que escribo como mi padre, y que, si escribo, tengo muchas cosas que contar". Como forma de chantaje, amenazó con poner una taberna en el Faubourg Saint Honoré o en la avenue du Roi de Rome sobre cuya puerta inscribiría "con letras como un sombrero" que el tabernero era sobrino del rey y primo de la reina.
Ricardo Mateos Sainz de Medrano es licenciado en Geografía e Historia, en Psicología y en Traducción e Interpretación y es autor en solitario de más de una docena de libros. Jonatan Iglesias Sancho, por su parte, es escritor, historiador e investigador, creador del canal El Cronista de la Corte. Juntos han publicado Francisco de Asís Borbón, el rey consorte (Almuzara).
Interminables problemas familiares cuando se anunciaba que Francisco y Alberto de Borbón y Castellví, hijos del infante Enrique, habían resuelto pasarse a las filas del pretendiente carlista. Mal asunto, ahora que la familia parecía haber llegado a acuerdos firmes con Montpensier. Este se proponía regresar a Viena para visitar a Alfonso, a quien se mantenía al margen de problemas y escándalos bajo la protección del archiduque Rainiero y su esposa, que poseían gran influencia en la corte imperial. «Te sigo —le refería su padre— en todos tus pasos con el mayor interes y te acompaño con la voluntad para que huyan de tu lado los peligros y no se te aproximen los enemigos». Pero los líos no terminaban, porque ahora el banquero parisino Dreyffus, al cual Isabel había pedido unos millones para comprar el palacio Basilewski, decía tener en su poder un documento firmado por ella en el que se comprometía a darle seis millones de francos el día en que Alfonso fuese rey de España. Los tiempos habían cambiado, el Imperio francés ya no existía, y el banquero reclamaba a la reina el pronto pago bajo amenaza de denunciarla ante los tribunales, como así hizo, consiguiendo que fuese condenada a pagarle un millón de francos.
Con la llegada del verano, Paquito, agobiado por aquellos problemas monetarios, prefirió alejarse de París en busca de un clima más fresco y marchó con Ricardito y con los duques de Baños a la villa Carolina, en el Bois de Colombes: una casa situada en el 37 de la rue des Aubépines, en un paraje tranquilo y residencial, de la que se decía que había sido construida por una costurera de la emperatriz Eugenia. Allí llegaron el 7 de julio para instalarse por unos meses, llevando consigo únicamente a una cocinera y un valet de chambre. "He tenido el gusto —escribía orgulloso a su suegra— de ver a Alfonso de vuelta de Alemania, y la gran satisfaccion de recibir de sus manos el brillante Certificado que ha obtenido de sus profesores despues de pasados sus examenes. Le he hallado muy bien de salud y en todos conceptos adelantado. Se conoce que tiene realmente deseo de aprender y de hacerse un hombre de provecho; y ciertamente que llegara a serlo si, apartado y estraño a todo aquello que es ageno a los estudios; y a toda intriga, continua aplicandose en el aprovechamiento que ha principiado".
Isabel, entre tanto, se esforzaba en reunir los dos millones de reales que debía entregar a Montpensier, pues acababa de ceder 6000 francos a Esteban Collantes para financiar el diario Eco del Comercio. Pero, a pesar de su estrechez de fondos, planeaba pasar el verano con sus hijas en Houlgate, desde donde se desplazaría a Mondésir, donde Alfonso pasaba unos días de vacaciones con su abuela. Ambas andaban inquietas con la marcha de las cosas en España: según Salamanca, hasta Sagasta, líder de los progresistas y cansado de tanta revolución, apoyaba en secreto la restauración.
Según Salamanca, hasta Sagasta, líder de los progresistas y cansado de tanta revolución, apoyaba en secreto la restauración
Sin embargo, y pese a los acuerdos de María Cristina con Montpensier, Isabel funcionaba siempre por su cuenta y antes de partir hacia la costa decidió nombrar a Raimundo Güell, el marqués de Valcarlos, ayudante de Alfonso durante sus estancias en Francia a lo largo de sus vacaciones. Un paso a espaldas de su cuñado que no facilitaba las cosas, mientras Paquito, preocupado por el retraso del pago de su pensión, se dirigía a su hermana Isabelita: "Segun se presentan las cosas presumo que tendré que andar con la justicia para lograrlo y que dar pasos que me repugnan". El 3 de agosto, la reina volvió a Le Havre a recoger al príncipe y a comunicar a su madre que estaba dispuesta a entregar a Alcañices los dos millones para Montpensier: según ella, había informado a su marido, aunque no era cierto porque este estaba en contra de gastos en vanas conspiraciones políticas. Y ahora era Alcañices quien la amenazaba, con renunciar a su cargo de mayordomo mayor de Alfonso, si no se retractaba del nombramiento de Valcarlos. Aquello se hizo público y el peleón Raimundo le envió a sus padrinos para retarlo a un duelo, que no llegó a tener lugar. Los Güell, padre e hijo, ostentaban ya en efecto una gran autoridad en el palacio de Castilla; por ende, José hizo un rápido viaje a Londres para entrevistarse con el banquero Pedro José de Zulueta y Madariaga, a quien solicitó un empréstito de un millón de francos en nombre de la reina y le dejó ciertas alhajas en prenda. Manejos que no hacían sino enturbiar las cosas y que llevaban a Montpensier a insistir en apartar a Marfori del entorno de Isabel y alejar al príncipe de allí, confiado a la buena guía de Pepe Alcañices, que también manejaba mejor las cuentas.
La reina y las infantas regresaron de Houlgate el 11 de agosto y, tres días más tarde, Montpensier fue a casa de María Cristina con su hijo Fernando, que había regresado de su colegio de Mataró. Allí pasó dos días y dejó claras sus condiciones: dirigir la causa política, intervenir en los nombramientos de las personas del cuarto de Alfonso (quería deshacerse de Raimundo), hacerse cargo de la educación del príncipe, que la reina se abstuviera totalmente de participar en asuntos políticos, civiles o militares, y que ambas reinas no tratasen con nadie tales cuestiones. Con ese ideario, el día 17 salió hacia Houlgate para entrevistarse con Isabel en ausencia de Paquito, que amenazaba con llevarla a los tribunales si daba más dinero para la causa y no respetaba el laudo y las pensiones de él y de sus hijos. Su inquina hacia ella no podía ser mayor especialmente ahora y, tal cual lo sentía, lo confesaba a Cristina:
La indignacion que me han causado las ultimas noticias que han llegado a mis oídos de Houlgate y las falsedades que se atreven a poner en mi boca me han sacado fuera de mi y sin la prudencia y el respeto mismo que profeso a V. son bastantes ya para contenerme [...]. Mis palabras mis protestas mis declaraciones de nada han servido ni sirven, segun veo, pero la insistencia con la que desvergonzadamente se me supone el deseo de entrevistas encuentros o que se yo mas. Persuadido de que cuanto añada será trabajo inutil he resuelto si llegase el caso temerario de buscarme dar a la accion cuanto las palabras no han podido lograr [...]. Si la Reyna se atreve a ponerse frente a frente de mi para hablarme, despues de escupirle a la cara se la cruzo con el latigo que al efecto llevo desde ahora siempre conmigo. Veremos si asi se persuade una vez de mis sentimientos para con ella, y cuan engañada esta si cree lo contrario.
El Confidencial