El primer oficio de Sostres: Escribir es fregar
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Cuando terminé el segundo de BUP, lo que ahora sería, creo, tercero de la ESO, tenía recién cumplidos los 15 años. Junio de 1990. Nos instalamos en la masía de Can Teixidó en Alella y mi abuela rápidamente se dio cuenta de que mi plan -de la piscina al sofá y comer- era no hacer nada en los siguientes tres meses y el día de San Juan me dijo ya tarde por la noche: «Mañana tengo que estar pronto en Semon, ¿podrías acompañarme?». Quedamos en estar listos para salir a las 7.30 y eso es lo que hicimos.
Nos llevó Domingo, su chófer filipino. Y mi abuela y yo íbamos en los asientos traseros, no era nada especial que de vez en cuando me pidiera que la acompañara y yo iba encantado. Pero aquella mañana la conversación fue distinta: «Yo necesito que a partir de esta mañana trabajes en la cocina hasta que vuelvas al colegio». Me pilló por sorpresa, pero no entraba dentro de los parámetros de mi mundo negarle nada. De modo que le dije que por supuesto. Y nos pusimos a hablar de otras cosas, pero de este asunto no dijimos nada más.
Cuando llegamos a la tienda, uno de los cocineros me bajó a la cocina, me asignó una taquilla y unos pantalones azules y una camiseta blanca. Y me explicó cuál sería mi trabajo. Limpiar las cazuelas, los utensilios de la cocina, las bandejas que se usaban para poner la comida en el buffet y todo lo que hubiera de limpiarse. De cara a la pared, por supuesto de pie, con unos guantes. Había fregaplatos pero sólo se usaba para los platos del restaurante y también quedaba bajo mi responsabilidad. En la cocina no había aire acondicionado, ni las normas higiénicas que con los años se han ido implantando, ni ningún tipo de protocolo o prevención de cómo los empleados tenían que ser tratados.
Ser el nieto de mi abuela no sólo no me dio ninguna ventaja sino que yo siempre he pensado que ella les dijo que me hicieran todo lo que hacían a los novatos, y con especial saña. Bromas de antes. Bajarte los pantalones mientras estás fregando, esconderte la ropa de la taquilla, encerrarte en el baño por fuera, cosas que antes no sólo no te molestaban sino que te reías aunque fueras el destinatario; conversaciones que hoy serían delito y por diversos motivos cada una. Una brutalidad de fondo en una vida salvaje. Es verdad que la afectación 'woke' es difícil de soportar pero cuando escucho apasionados elogios de cómo eran las cosas cuando éramos jóvenes me doy cuenta de lo caprichosa que puede llegar a ser la memoria.
Además del calor y las novatadas recuerdo que pronto me interesé por hacer de la mejor manera posible mi trabajo. Recuerdo que primero sentía asco por los restos de comida y a los pocos días me quité los guantes para poder fregar mejor y compré con mi dinero un detergente más eficaz contra la grasa y unos estropajos de los que mi otra abuela hablaba siempre y decía que le iban muy bien para las labores en su casa. Por instinto y sin pensar me empezó a interesar el mundo del fregar por el simple hecho de que era mi trabajo.
Cuando quedaban tres días para volver al instituto mi abuela me invitó a cenar al mejor restaurante de entonces en Barcelona: Jean-Luc Figueras, calle Santa Teresa. El primero lo trajo ella de casa y era una lata de medio kilo de caviar. Ni me pagó por mi trabajo ni yo lo esperaba y me dijo: el caviar lo he traído porque te gusta y soy una abuela débil y siempre te he malcriado. Pero el auténtico regalo que te he hecho, el que va a servirte de verdad, han sido estos tres meses fregando. Ahora ya sabes qué harás si no haces nada. Si no eres capaz de interesarte por algo y ser muy bueno y ganar tu dinero, esto es lo que te espera y saberlo es la única manera de evitarlo.
Fregar mucho me enseñó a fregar bien y el orgullo del trabajo bien hecho. Algo de mi obsesión por controlar cada palabra, cada coma de los artículos lo aprendí de cara a la pared aquel verano y siempre me ha acompañado. Estudiar y viajar educa, pero lo que enseña, lo que configura, lo que forja es trabajar, trabajar duro, sobre todo si tienes talento y algo valioso que ofrecer a los demás. Lo que da los mejores frutos, tuyos y de los demás, es pelear por tu estropajo, por tu artículo, por tu fondo de inversión o cualquiera que sea tu oficio. Y el caviar sólo es porque te gusta.
ABC.es