De bombas y ‘jocs florals’

Vaya por delante que el título de la crónica (“Bombas y jocs florals ”) es un hurto. Quien combina ambos sustantivos con precisión definitoria se llama Josep Maria Ventosa, editor de no-ficción en Tusquets, y lo hace durante la puesta de largo de una historia cultural barcelonesa que abarca desde la primera Exposición Universal de 1888 hasta el abrupto final de su efervescencia con la Guerra Civil. La ciudad de los prodigios: Mendoza la clavó. Hablamos de Bohemia y barricadas, el nuevo ensayo de Andreu Navarra.
Miércoles, librería Laie. Distingo entre el respetable al novelista Juan Vico. El primero de los dos maestros de ceremonias, el periodista y profesor Joan Safont, pinta en su intervención un fresco de aquella Barcelona finisecular: acaban de demolerse las murallas, y de constituir un mero pueblo, con sus conventos y “habitaciones mal ventiladas”, se convierte en una urbe cosmopolita que pretende reflejarse en el espejo de París. Una ciudad vibrante donde confluyen todos los ismos posibles: republicanismo, anarquismo, catalanismo, noucentisme, espiritismo, feminismo, pistolerismo. Un crisol de contrastes, desde las tertulias de un maître à penser como Eugeni d’Ors hasta las noches encendidas en el cabaret La Criolla.
El historiador Andreu Navarra presenta una historia cultural barcelonesa de la bohemia perdedoraEl ensayo pone la lupa sobre perdedores y losers, la golfería de “escritores que huelen mal”. Dice Navarra que, si Madrid ha sabido ensalzar a su bohemia, con personajes como Alejandro Sawa (inspiración del valleinclanesco Max Extrella), Barcelona no ha prestado tanta atención a criaturas excéntricas e impagables, de la estirpe de Màrius Aguilar, un tipo siempre enamoriscado, quien dormía donde pillaba pero que, a decir de Josep Pla, acometía el plato de huevos fritos con cuchillo y tenedor.
¿Qué ha quedado de aquella urbe burbujeante, del fulgor de la rosa de fuego, ay? El segundo presentador, el doctor en Historia Comparada David Alegre, se atreve a aventurar con sorna si acaso se ha transformado en la ciudad de las tres ges: “Gentrificación, guiris y gaviotas”. ¡Menudo melón para abrir casi al final del acto! En cualquier caso, la sala estalla en aplausos, mientras Safont pide una botella de absenta para brindar que no llega.
David Alegre, Andreu Navarra y Joan Safont en la presentación en la librería Laie
Ana JiménezAh, Barcelona, hechicera, marabú, archivo de la cortesía, patria encisera de los valientes. La puñetera irradia un magnetismo tan seductor que se cuentan por capazos los artistas extranjeros que han depositado sus ojos hipnotizados sobre ella, de ahí que el Ayuntamiento lance una interesante colección libresca: Barcelona en la Literatura Universal. El jueves se presentaron los dos primeros volúmenes en el museo Marès: Solare, notturna e sonora , de Amaranta Sbardella (la mirada italiana sobre la ciudad), y La ciutat incandescent, de Ricard Ripoll (el regard francés).
Ripoll entretuvo a la concurrencia con anécdotas protagonizadas por ilustres francófonos, como el combate beodo de Arthur Cravan en la Monumental o la conferencia de André Breton en el Ateneu en 1922. La interminable posguerra también atrajo el interés galo, sobre todo de autores de novela negra más bien flojucha, quienes inventariaron sordideces y malos efluvios.
A esa Barcelona llegó, el 19 de agosto de 1964, en concreto al barrio de Verdún, Luis Cabrera, procedente de una Andalucía tan mágica como misérrima. Ese universo protagoniza la segunda de sus novelas, La muerte no desvelada (Ediciones B), que apadrinaron el filósofo Ferran Sáez Mateu y el periodista Jordi Panyella. Menudo poder de convocatoria el del fundador de Taller de Músics. Unas 200 personas, contadas a ojo, se apiñaron el lunes en la Casa del Llibre de Rambla Catalunya, una audiencia de lo más transversal, como se dice ahora: el presentador Justo Molinero; Rogeli Herrero, de Los Manolos, o los exdiputados Eulàlia Vintró y Oriol Pujol. Faltan líneas para consignarlos a todos, como faltaron sillas y libros del autor.
Cabrera se echó un cantecito, aunque venía ronco y fatigado de un viaje en AVE “allí abajo”. También recordó una frase de Morente, de esas para recortar y guardar en la cartera: “Estamos vivos de milagro”.
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