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Cuando China exterminó a millones de gorriones (y desencadenó el mayor desastre de la historia)

Cuando China exterminó a millones de gorriones (y desencadenó el mayor desastre de la historia)

Sábado, 13 de diciembre de 1958, Shanghái.

Al despuntar el alba del nuevo día, empezaron a congregarse en las calles enormes multitudes. Recorrieron la ciudad llenando el aire con sus espeluznantes gritos de guerra y agitando miles de banderas rojas, símbolo de la revolución comunista china. El ruido fue en aumento hasta alcanzar un volumen ensordecedor, a medida que los niños en edad escolar, jóvenes estudiantes, campesinos, obreros y miembros del Ejército Popular de Liberación se movilizaban todos a una contra un enemigo común.

Poco después del amanecer, comenzó la matanza. Ante la atenta vigilancia de los más jóvenes y los más ancianos, los demás se embarcaron en una carnicería tan masiva que un periódico llegó a calificarla de «guerra total».

El variopinto ejército perseguía a sus objetivos con implacable determinación, usando para ello bastones, redes, trampas y armas de fuego. Otros golpeaban cacerolas y sartenes a un ritmo incesante para perturbar y confundir a sus presas. Y, mientras tanto, iban profiriendo gritos, aullidos, vítores y alaridos de triunfo y regocijo.

Al principio sus oponentes intentaron agruparse, creyendo que así estarían más seguros. Pero no había dónde esconderse. Poco a poco, uno a uno, cayeron al suelo, donde fueron abatidos a tiros o estrangulados, o simplemente murieron de puro agotamiento.

En toda China, aquellas víctimas indefensas perecieron en las calles de las ciudades y en las campiñas, en parques públicos y jardines privados, en tejados y canalones. Algunos incluso cayeron directamente del cielo, antes de ser sumariamente ejecutados. Al anochecer, sólo en Shanghái, habían muerto casi 200.000.

Foto: Foto: iStock.

Todos nosotros estamos familiarizados con horribles relatos de genocidios violentos, pero en este caso las víctimas de la masacre no eran seres humanos, sino gorriones; o, como los habían calificado los cuadros dirigentes de la República Popular China, liderados por el todopoderoso presidente del partido, Mao Zedong, una de las "Cuatro Plagas".

La idea subyacente a esta campaña, enmarcada en una cruzada política y social de mayor alcance conocida como "el Gran Salto Adelante" y presentada al pueblo en enero de 1958, consistía en erradicar cuatro grupos distintos de animales, considerados todos ellos como "alimañas". Unos coloridos carteles, que incluían la imagen especialmente morbosa de las cuatro potenciales víctimas ensartadas en una espada, exhortaban a los leales ciudadanos chinos a "¡Exterminar las cuatro plagas!": las ratas, portadoras de la peste bubónica; los mosquitos, que propagaban diversas enfermedades, como la malaria; las moscas, siempre ubicuas y exasperantes, y por último —y más importante—, los gorriones, que, al alimentarse de valiosas semillas y distintos tipos de grano, amenazaban las cosechas anuales.

De las cuatro, los gorriones se convirtieron en el objetivo principal y, dada la perenne afición de los gobernantes chinos a los eslóganes, pronto se instituyó lo que se conocería como "la Gran Campaña del Gorrión". Los científicos del gobierno habían calculado que un solo gorrión podía consumir 4,5 kilos de grano al año; por lo tanto —deducían—, por cada millón de gorriones muertos se podía ahorrar lo suficiente para alimentar a 60.000 personas. En teoría, los cálculos eran correctos; pero el resultado sería diametralmente opuesto a lo que se pretendía.

placeholder Cubierta de 'Diez aves que cambiaron el mundo', de Stephen Moss.
Cubierta de 'Diez aves que cambiaron el mundo', de Stephen Moss.

Tras las terribles privaciones de la década anterior, después de que Mao accediera al poder en 1949, el pueblo chino necesitaba todos los alimentos que pudiera obtener. Se daba por hecho que la campaña sería popular tanto en las ciudades como en el campo, y que por tanto contribuiría a unificar a la nación en torno a su líder supremo. El resultado fue que se persiguió y dio muerte a cientos de millones de gorriones (junto con un vasto número de individuos de las otras tres "plagas": mosquitos, moscas y ratas). Se destruyeron sus nidos y se destrozaron a golpes los huevos y polluelos que caían al suelo. Como escribiría un testigo presencial: "Incluso los pájaros que lograron sobrevivir a la matanza inicial fueron perseguidos por las gentes de los pueblos y las ciudades, que golpeaban ollas y sartenes desde el alba hasta el anochecer, impidiéndoles así criar o posarse en sus nidos, y, finalmente, llevándolos a perecer de puro agotamiento. Se podía matar a un gorrión de varias maneras, y todas ellas acabaron empleándose en aquella lucha a muerte".

Se esperaba que todo el mundo participara, incluidos los más jóvenes y los ancianos, y se imprimieron coloridos carteles en los que aparecían niños sonrientes disparando con tirachinas a indefensos pajarillos. El propio Mao pro­clamó que "Todo el pueblo, incluidos los niños de cinco años, debe movilizarse para erradicar las cuatro plagas". Asimismo, el exterminio tampoco se limitó a las ciudades los gorriones también morían en los campos, ya fuera envenenados, cazados con trampas o atrapados en el pegamento esparcido por las ramas de los árboles.

Para fomentar la matanza, se organizaban competiciones en las que se recompensaba y elogiaba a quienes obtenían el mayor número de cadáveres. Un joven de dieciséis años de la provincia de Yunnan (en el suroeste de China) llamado Yang She-mun se convirtió en un héroe nacional cuando se supo que él solo había matado a 20.000 gorriones. Lo hizo localizando los árboles donde anidaban durante el día y subiéndose a ellos al anochecer para romperles el pescuezo con sus propias manos.

(...)

A primera vista, la Gran Campaña del Gorrión fue un éxito rotundo. Se ha afirmado que murieron mil millones de ejemplares de gorrión molinero, y aunque es probable que la cifra resulte un tanto exagerada, no hay duda de que perecieron cientos de millones de aves. Tras la matanza, la especie llegó a hallarse al borde de la extinción en el territorio chino. Varios años más tarde, en un sorprendente giro de los acontecimientos, habría que importar 250.000 ejemplares de gorrión molinero de la Unión Soviética a China para reponer la devastada población del país.

Apenas unos meses después de la Gran Campaña empezaron a notarse sus terribles secuelas. En junio y julio de 1959, la cosecha de arroz fue un auténtico desastre. Los rendimientos se desplomaron por una sencilla razón: aunque los gorriones se nutren de semillas y granos en otoño e invierno, durante la época de cría alimentan a sus hambrientos polluelos con incontables millones de insectos. Con la desaparición de los gorriones, esos mismos insectos —entre ellos enormes nubes de langostas, la plaga más devastadora de todas— no tuvieron ningún impedimento para arrasar las preciadas cosechas.

Sobre el autor y el libro

Stephen Moss (Londres, 1960) es licenciado en Literatura Inglesa por la Universidad de Cambridge. Escritor, naturalista influyente, apasionado de las aves y presentador y productor de programas de televisión sobre la vida salvaje, es autor de más de 30 libros y numerosos artículos.

En Diez aves que cambiaron el mundo (Salamandra) explora el profundo impacto que diez notables especies -el cuervo, la paloma, el pavo salvaje, el dodo, el pinzón de Darwin, el cormorán guanay, la garceta nívea, el águila calva, el gorrión molinero y el pingüino emperador- han tenido en la cultura, la ciencia y la sociedad. Seleccionado para el prestigioso Wainwright Prize, el libro se ha traducido a una decena de idiomas.

No obstante, pese a los crecientes indicios de hambruna en todo el país —que acabaría provocando la muerte de millones de chinos—, a lo largo de todo 1959 se siguió promoviendo y alentando la matanza de gorriones. Finalmente, hacia finales de ese año Mao declaró de forma abrupta el fin de la Gran Campaña del Gorrión, reemplazando a estas aves por las chinches. Fue un giro político colosal, y varios artículos publicados en los medios de comunicación del gobierno empezaron a denunciar la matanza selectiva que con tanto entusiasmo habían respaldado poco más de un año antes.

(...)

En términos de sufrimiento humano, la Gran Campaña del Gorrión provocó lo que sería lisa y llanamente el mayor desastre causado por el hombre en toda nuestra historia. En menos de tres años, de 1959 a 1961, murieron entre 15 y 55 millones de personas, en lo que se conocería, en un irónico eco de las anteriores campañas, como la Gran Hambruna China. Para poner este dato en perspectiva, digamos que la cifra más alta de esta estimación supera los 40 millones de muertes que se produjeron en todo el globo a lo largo de la Primera Guerra Mundial.

No todas las víctimas murieron de hambre. Como señala el historiador estadounidense Jonathan Mirsky, negarse a participar en las campañas políticas del Partido "podía acarrear la reclusión, la tortura, la muerte y el sufrimiento de familias enteras". Se intimidaba a la gente para que no protestara mediante "sesiones de crítica pública", que a menudo acababan en ataques violentos contra cualquier disidente. El historiador holandés Frank Dikötter, autor de La gran hambruna en la China de Mao, calcula que más de 2,5 millones de personas murieron a golpes o torturadas, mientras que hasta otros 3 millones prefirieron quitarse la vida antes que enfrentarse a una lenta agonía por inanición.

A medida que la hambruna se intensificaba y el descontento crecía hasta llegar a la rebelión abierta, los castigos por cuestionar la política del gobierno se fueron haciendo cada vez más severos. Muchas víctimas fueron torturadas y mutiladas; otras fueron obligadas a comer excrementos y a beber orina; a otras las mataron rociándolas con agua hirviendo, ahogándolas en charcas rurales o enterrándolas vivas. Pero quizá el horror más vívido es el que impregna los relatos de testigos presenciales como Yu Dehong, secretario de un funcionario del partido de la ciudad de Xinyang: "Fui a una aldea y vi un centenar de cadáveres; luego a otra, y vi otro centenar de cadáveres. Nadie les prestaba atención. La gente decía que los perros se estaban comiendo los cuerpos. No es cierto, repliqué: ya hacía tiempo que la gente se había comido a los perros".

El Confidencial

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