‘Memorias de Adriano’: Lluís Homar resucita al emperador en el teatro romano de Mérida

Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las milenarias piedras del teatro romano de Mérida todavía ardían por el calor acumulado durante el día cuando Lluís Homar apareció en el escenario. Eran ya las once menos cuarto de la noche, hora oficial de comienzo de las representaciones del festival de teatro clásico que se celebra cada verano en el histórico recinto, donde este miércoles el actor estrenó una adaptación de Memorias de Adriano, una de las cumbres de la novela histórica del siglo XX. Es la obra que dio a Marguerite Yourcenar no solo prestigio literario, sino también fama y éxito popular, pues es uno de los títulos más traducidos y vendidos desde su publicación en 1951. Tanta devoción despierta que ha inspirado numerosas creaciones en diferentes formatos, incluida una ópera de Rufus Wainwright.
Pero la estructura del texto, que se presenta como una carta ficticia del emperador romano Adriano (76-138 d. C.) a su joven sucesor Marco Aurelio, lo hace especialmente apropiado para su adaptación a teatro, pues viene a ser una especie de monólogo interior en el que Adriano repasa su vida mientras reflexiona sobre el poder, la política, el arte, la filosofía, el amor y la muerte. Un torrente de pensamientos, confesiones, frustraciones, deseos y miedos tremendamente goloso para un actor, pero no al alcance de cualquiera. Hacen falta muchas tablas, presencia y dicción para sostenerlo en solitario sin perder la atención del público, además de “horas y horas de memorización”, como confesaba Homar después del estreno.
El intérprete barcelonés demostró a los 2.000 espectadores que asistieron al estreno en Mérida que tiene todo eso y algo más: a sus 68 años, acumula no solo experiencia profesional sino también perspectiva vital para ponerse en la piel de Adriano justo en el momento en el que lo radiografió Yourcenar: “Esa edad en que la vida es una derrota aceptada”.

Homar está en escena cada instante de la hora y media que dura la función y la única voz que se oye es la suya. Pero no siempre está solo. Un coro de cinco intérpretes lo acompañan en la mayoría de las escenas para evocar situaciones o personajes referidos por el emperador. Trajano y su esposa, Plotina; sus enemigos políticos, Celso y Quieto; asesores, maestros, tutores, amigos y sobre todo su joven amante Antínoo, encarnado con gran fuerza expresiva por el bailarín Álvar Nahuel, que protagoniza junto a Homar uno de los momentos más íntimos del espectáculo. Es también uno de los mejores: potencia el contraste con el Adriano ávido de poder y cruel a veces, aunque también se manifiesta el Adriano reflexivo y crítico consigo mismo.
Pero este no es un Adriano con toga romana como el que se vio también en Mérida en 1998, interpretado por Pepe Sancho con puesta en escena de Maurizio Scaparro. El director romano había estrenado Memorias de Adriano en 1989 en las ruinas de Villa Adriana en Tívoli, donde el emperador pasó sus últimos años, con reparto italiano y versión de Rafael Azcona. El éxito de aquella aventura le animó a retomarla nueve años depués con Pepe Sancho y otros intérpretes españoles, que luego se vio en el Grec de Barcelona y Almagro.
La producción ahora estrenada es muy fiel a la traducción canónica que hizo Julio Cortázar de la novela de Yourcenar, con cortes muy medidos por la dramaturga Brenda Escobedo. Pero la propuesta escénica se despega de la literalidad del texto para enganchar con el espectador contemporáneo, según explicó la directora del montaje, Beatriz Jaén, tras el estreno en Mérida: “Yo veo en Adriano a un líder de hoy con mucho poder. Una especie de presidente de EE UU”. Jaén, de 37 años, es una figura emergente en la escena española actual y el año pasado puso en pie para el Centro Dramático Nacional la adaptación de Nada, de Carmen Laforet, otra novela emblemática.

Por eso la escenografía no evoca una villa romana, sino que juega con el pasado y el presente como la propia Yourcenar hizo en la novela: de fondo, siempre presentes, las imponentes columnas corintias del teatro de Mérida; mientras que sobre el escenario se recrea lo que podría ser el despacho del presidente de un país en época actual, con forma ovalada como el de Estados Unidos. El vestuario sigue el mismo patrón: ropas de corte contemporáneo y traje de ejecutivo al que en algunas escenas se le añade una toga en el lado izquierdo. Pantallas de televisión, cámaras, micrófonos, música electrónica, cables y proyecciones de vídeo que amplifican gestos o sugieren estados emocionales.
En el arranque del espectáculo, toda esta artillería resulta chocante y provoca demasiado ruido escénico. Pero a medida que Homar se va adueñando del personaje y se deja llevar por la poética de Yourcenar, más se escucha la voz de Adriano y mejor se degustan las palabras de la autora. Es en los momentos más íntimos donde se vislumbra el Adriano que ella se propuso diseccionar al escribir la novela. Lo explicaba citando una frase que leyó en una carta de Flaubert: “Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre”.
Tras su estreno en Mérida, donde se representará hasta el domingo, estas nuevas Memorias de Adriano estarán en el teatro Marquina de Madrid del 19 de septiembre al 12 de octubre. Después emprenderán una gira por España hasta hacer temporada en el Romea de Barcelona en primavera.
EL PAÍS